100 años de "Dublineses"
Se cumplen cien años de la publicación de “Dublineses”, colección de cuentos del escritor James Joyce (Dublín, 1882-Zurich, 1941). Compuesta por quince relatos ambientados en Dublín, supuso la segunda obra impresa del autor irlandés tras su libro de poemas “Música de cámara” (1907).
Ambientada en los primeros años del siglo XX, con el conflicto entre católicos y protestantes en plena efervescencia y el nacionalismo irlandés en su apogeo -materializado en la declaración de independencia de julio de 1921-, el autor de “Ulises” ofreció a través de estos textos su visión de los conflictos y tensiones generados a causa del bloqueo cultural, mental y social que, según el propio Joyce, sufría su ciudad debido al sometimiento del Imperio Británico y la Iglesia Católica.
La publicación de Dublineses sufrió no pocas dificultades. Grant Richards, el editor londinense encargado de su impresión, puso desde el principio objeciones de tipo moral al manuscrito y terminó por rechazarlo. Tres años después, en 1909, los editores dublineses Maunsel & Company se muestran interesados en su publicación, aunque prejuicios políticos y el miedo a sufrir demandas por parte de los propietarios de los establecimientos que aparecían en el libro terminan por abortar su edición.
En 1912 el libro se llegó a componer e imprimir, pero ante el asombro de Joyce y del poeta y novelista Padraic Colum que lo acompañaba, el editor George Roberts se negó a que el libro viese la luz, hizo destruir los volúmenes impresos y amenazó con demandar a Joyce por las pérdidas económicas ocasionadas. A raíz de ese lamentable episodio Joyce compuso el poema “El gas quemador”, donde refleja su ira y frustración por lo ocurrido:
* Fragmento de "El gas quemador"
...Me envió un libro hace diez años;
lo leí cien veces o más,
de delante atrás, de arriba abajo,
de uno a otro extremo de un telescopio.
Lo imprimí hasta la última palabra
pero por la misericordia del Señor
la oscuridad de mi mente se disipó
y vi la intención malévola del escritor
Joyce, indignado y furioso, abandonaría poco después Irlanda adonde jamás volvió.
En el momento de su publicación los cuentos tuvieron escaso éxito, apenas doscientos ejemplares llegaron a venderse en los primeros meses. Muchos de los personajes de Dublineses aparecerían posteriormente en la novela fundamental de Joyce, “Ulises”.
Las hermanas, Un encuentro, Araby, Eveline, Después de la carrera, Dos galanes, La casa de huéspedes, Una nubecilla, Duplicados, Polvo y ceniza, Un triste caso, Efemérides en el comité, Una madre, A mayor gracia de Dios, y Los muertos son los quince relatos que componen el libro.
Cualquier excusa es buena para volver a ese Dublin de principios del siglo XX y asistir a las peripecias de Jimmy Doyle, Little Chandler, Farrington o Gabriel Conroy, melancólico protagonista de “Los muertos” -el relato que cierra el libro-, maravillosa reflexión sobre el amor, la decepción y el sinsentido de la existencia.
Es obligado recordar en este momento la adaptación al cine que ese “irlandés” de Nevada (Missouri) que fue John Huston realizó de este cuento, su monumental testamento cinematográfico. El lamento final de Gabriel junto a la ventana, mientras cae la nieve y la noche en el valle, es uno de los instantes más sobrecogedores de la historia del cine.
Unos toquecitos en el cristal lo hicieron volverse a la ventana. Otra vez había empezado a nevar. Soñoliento, se fijó en los copos, plata y sombra, cayendo oblicuos contra la farola. Le había llegado el momento de encaminarse al Oeste. Sí, los periódicos tenían razón: la nieve caía por toda Irlanda. Caía por toda la oscura llanura central, sobre las colinas desnudas; caía suavemente sobre la Marisma de Allen y, más hacia el oeste, suave caía sobre las oscuras olas amotinadas del Shannon. Caía también en la colina del cementerio solitario en que yacía enterrado Michael Furey. Se amontonaba espesa sobre las cruces y lápidas torcidas, en las lanzas de la pequeña verja, sobre los espinos resecos. Su alma fue desvaneciéndose mientras oía caer la nieve tenuemente por todo el universo, y tenuemente caer, como el descenso de un último ocaso, sobre todos los vivos y los muertos.
Fragmento de “Los muertos”.