Ínsula. La Biblioteca… y aquella pipa (2ª parte)
Con los primeros lirios / y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino, / al alto Espino donde está su tierra...
por Antonio Caba.
ÍNSULA será todo el tiempo y todo el espacio en medio de todo y en medio de nada.
El motivo de incluir esta segunda parte no planificada previamente es sencillamente finalizar el contenido inacabado de la anterior, porque cuando fue editada no teníamos la confirmación del fallecimiento de Don Pablo Martínez, personaje clave en el artículo “La biblioteca… y aquella pipa”.
Don Pablo Martínez fue mi maestro de siempre, también el maestro de muchos, aquél que nos enseñó esas otras cosas del camino, las que están en los libros y las que no, con una elegancia personal y una honestidad profesional extraordinarias, a la vez con un respeto y contundencia poco habitual en aquellos años, hablamos de los años anteriores y posteriores al simbólico 1975 en España.
Don Pablo Martínez no marcó a fuego vivo la frente de nadie, sino que a fuego lento movió los corazones que se le abrieron y las cabecitas que lo entendieron, corazones y cabezas que piensan y deciden, siempre con los libros y la poesía como referente, solamente, ni más ni menos.
A él dedicábamos y se dedica la continuación de este artículo y en su recuerdo, imborrable, esta sección será llamada Ínsula, que según la RAE se trata de un lugar pequeño o gobierno de poca entidad, a semejanza del encomendado a Sancho en el Quijote (la ínsula Barataria).
“Ínsula, Revista de las Letras y las Humanidades” era la lectura preferente en aquella Biblioteca Municipal de “aquél maestro, castellano y cabal, machadoniano hasta el tuétano, enjuto como aquél errante caballero…”.
Don Pablo Martínez no marcó a fuego vivo la frente de nadie, sino que a fuego lento movió los corazones que se le abrieron y las cabecitas que lo entendieron, corazones y cabezas que piensan y deciden, siempre con los libros y la poesía como referente, solamente, ni más ni menos. Además fue uno de los pocos maestros de todos.
Su pasión y dedicación por inculcarnos la necesidad de amar la tierra que nos pare, a no olvidar jamás nuestro origen, a respetar a nuestros mayores y a defender a capa y espada nuestras creencias y lo que todo eso representa, marcó en mí, supongo, un modo de ser, por supuesto reforzado en los otros niveles de la vida, pero de aquella simiente ha sido raro desposeerse.
Cuando nos hablaba de su pueblo engordaba, lo que ya era difícil, y recuerdo que en su primer día de clase de regreso de una de sus visitas a ese horizonte castellano adivinábamos el contenido de esa clase, pues hablaba, hablaba y gozaba, oíamos y disfrutábamos de aquellas sencillas anécdotas, sucesos, paisajes y personajes guadalajareños. No pudo haber mejor ínsula, ni mayor.
Su pasión y dedicación por inculcarnos la necesidad de amar la tierra que nos pare, a no olvidar jamás nuestro origen, a respetar a nuestros mayores y a defender a capa y espada nuestras creencias y lo que todo eso representa, marcó en mí, supongo, un modo de ser, por supuesto reforzado en los otros niveles de la vida, pero de aquella simiente ha sido raro desposeerse.
Quisiera haberme podido despedir de él, quisiera haberle podido decir en vida lo mucho que lo he tenido en cuenta durante mi trayectoria vital, quisiera haber intercambiado palabras entre adultos, quisiera, en definitiva, haber podido darle las gracias.
Todo quedó interrumpido en la adolescencia, después solo un ancho margen en blanco de buenos recuerdos e intentos de encuentros, nunca fijados ni realizados. Queda la amargura, la rabia de esta vida injusta, pero también la dulzura de esta vida tan completa. La última vez que hablé con él fue, quizá, hace veinte años, cuando le pedí que participara en aquél breve pero recordado “Desnudos, Cuadernos Literarios”, iniciativa poética municipal de principios de los noventa. Después algún cruce en la calle, en Granada, y algún ligero adiós o hasta luego y algunas veces una brevísima parada con el típico ¿qué tal, cómo estás…? pero cada uno en su ínsula.
De su entorno familiar me llega su continua y sincera querencia por Íllora y su memoria prodigiosa de nombres, rostros y anécdotas, a pesar de los muchos cientos de alumnos de aquellos años en aquellos ya marchitos pupitres del hoy viejo Colegio Gran Capitán.
De su extrema afición por la poesía recuerdo especialmente cuando nos recitaba a Antonio Machado, lo que hacía con tal sentimiento que era imposible no creer en uno o en otro. Y recuerdo una poesía en especial que a él le gustaba sobremanera, la misma que, paradojas de la vida, he leído y recitado mil veces y que hoy viene a colación en su recuerdo y homenaje, aquella en la que Don Antonio Machado ya en Baeza, hace hoy justo un siglo (29 de abril de 1913), y desde la fatídica pesadumbre tras la muerte de su amada esposa y desde la nostalgia paisajística de Soria en donde quedó enterrada Leonor, le escribe a su amigo José María Palacio y le dice:
A JOSÉ MARÍA PALACIO
Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...
¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?.
Aún las acacias estarán desnudas
y nevados los montes de las sierras.
¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,
allá, en el cielo de Aragón, tan bella!
¿Hay zarzas florecidas
entré las grises peñas,
y blancas margaritas
entre la fina hierba?
Por esos campanarios
ya habrán ido llegando las cigüeñas.
Habrá trigales verdes,
y mulas pardas en las sementeras,
y labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y el romero.
¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?
Furtivos cazadores, los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
no faltarán. Palacio, buen amigo,
¿tienen ya ruiseñores las riberas?
Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra...
Baeza, 29 de abril de 1913
A ti, Pablo.