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¿Qué ha pasado en Andalucía?. Por Antonio Malpica Cuello

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El 4 de diciembre de 1977 estaba en Madrid en una reunión que pretendía crear un grupo de historiadores marxistas al amparo de una fundación que empezaba su andadura. Era un joven becario que estaba a punto de terminar su tesis doctoral y entregarla para su posterior lectura. Cuando hicimos un descanso para comer, nos llegó la noticia de que una de las manifestaciones que reclamaba la autonomía andaluza, en la de Málaga, había muerto Manuel José García Caparrós por tiros de las llamadas fuerzas de seguridad al intentar colocar una bandera andaluza en el balcón de la Diputación malagueña. Me recorrió por todo el cuerpo un escalofrío. Lamenté entonces no estar en mi tierra y encontrarme en la capital de España, que entonces considerábamos una mala madre, porque de su nombre, de su historia y de sus símbolos se habían apropiado una gente que no se pueden considerar hijos suyos.
En esos años de plena ebullición política, social y cultural se discutía con mucho entusiasmo y fuerza no qué era España, que, como ya he dicho, era un concepto ajeno para la mayoría, sino qué había que entender de sus territorios. Aún recuerdo que años atrás a esa fecha, leí un libro que fue muy revelador para todos nosotros. Me refiero al de Antonio Burgos, Andalucía  ¿tercer mundo? Se señalaba la pobreza de nuestra tierra era la consecuencia del desarrollo de un capitalismo español rapaz que había arruinado las posibilidades y esperanzas de nuestra tierra, que nos habían condenado a un estereotipo folklórico infame. Coincidía con Alfonso Carlos Comín en su Noticia de Andalucía.
De la realidad andaluza ya se hizo eco Juan Goytisolo en sus obras y, sobre todo, en su célebre Campos de Níjar, que visitó en el lejano año de 1957. Antes ya había estado en Almería, como señala en ese libro: “Recuerdo muy bien la profunda impresión de violencia y pobreza que me produjo Almería, viniendo de la N-340, la primera vez que la visité, hace ya algunos años.”
Había una gran ebullición, porque todos pensábamos que la ocasión de cambiar había llegado, que era posible desarrollar Andalucía y acabar con su postergación permanente. Nos preguntábamos cómo era posible que teniendo el capital humano que teníamos, contando con tierras tan fértiles, con una costa abierta a tantas influencias, con una capacidad creativa y cultural de una densidad enorme, éramos la reserva de mano de obra de las regiones (ahora se les llama nacionalidades o naciones) del Estado español y “disfrutábamos” de unas condiciones sociales verdaderamente insultantes. Las discusiones iban desde unos planteamientos históricos rigurosos a una irracionalidad reivindicativa. Creo que nos equivocamos en algo fundamental. Al ser una sociedad desestructurada, la andaluza, respondió más a planteamientos sentimentales, absolutamente legítimos, que a rigurosas discusiones. Por otra parte, el nivel intelectual, aunque se había elevado, era bajo aún. Además, pensábamos que la transformación era inevitable, que la Luz terminará con las Tinieblas, la Razón domeñaría a la Sinrazón, que existía una necesidad histórica que se impondría. Olvidamos que la lucha de clases no es solo la acción de los menos favorecidos, sino también a la de los poderosos, que no estaban dispuestos a renunciar a sus privilegios, causantes de la humillación social más insoportable que sufría injustamente una tierra como la nuestra.

 

¿Cómo explicar que los problemas fundamentales siguen sin ser solucionados? ¿Quién se ha atrevido a hacer a Cayetana de Alba hija predilecta de Andalucía en 2006 y a esperar a 2013  a que lo fuera a título póstumo a García Caparrós? ¿Cabe explicar que la cultura siga siendo la pariente pobre de nuestra sociedad, hasta el punto de pasar del analfabetismo real al virtual? ¿Cómo hay tierras improductivas y hambre en Andalucía?


Y esos poderosos encontraron una nueva fórmula de dominación, la que pusieron en práctica en ese momento y que aún continúa. Un discurso adaptado para recibir las quejas permanentes de los sometidos y transformarlas en una expectativa de vida lejana a la verdadera transformación social. La retórica de derecha e izquierda, que no se basaba en la práctica política que se llevaba a cabo, hizo subsumir todas las reivindicaciones en una discusión de buenos y malos, a la que contribuyó la ineptitud de las clases conservadoras y su empecinamiento.
Las reivindicaciones sociales se han ido diluyendo. El problema de la tierra continúa, la economía andaluza no se sabe en qué se basa realmente,  la sociedad no ha adquirido el nivel cultural deseable, la lucha política ha sido reducida a una retórica hueca. Y así tenemos una sociedad sin fuerzas, incapaz de ser dueña de su destino, en la que la clase política se mantiene comprando voluntades, subvencionando a la población y empleando para ello dinero que no es suyo.
El paso de los años me ha ido mostrando la incapacidad que hemos tenido para ser nosotros siendo distintos, la imposibilidad de escapar del control de unas clases sociales de las que somos súbditos, sin poder imponer que debemos ser ciudadanos.
¿Cómo explicar que los problemas fundamentales siguen sin ser solucionados? ¿Quién se ha atrevido a hacer a Cayetana de Alba hija predilecta de Andalucía en 2006 y a esperar a 2013  a que lo fuera a título póstumo a García Caparrós? ¿Cabe explicar que la cultura siga siendo la pariente pobre de nuestra sociedad, hasta el punto de pasar del analfabetismo real al virtual? ¿Cómo hay tierras improductivas y hambre en Andalucía?
Ni el referéndum del 28 de febrero, ni los gobiernos de la que se autodenomina “izquierda” han remediado la condición de los hombres y mujeres andaluces. No me vale que ha habido un desarrollo visible, porque las diferencias con otras tierras de España sigue siendo brutal y porque la felicidad y el orgullo de ser nosotros sencillamente no existe. Lo siento, pero es así. No me embarga el pesimismo, sino que constato la realidad, y esa no me gusta nada.


Antonio Malpica Cuello
Catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Granada

Que nuestra habilidad sea crear leyendas a partir de la disposición de las estrellas,
pero que nuestra gloria sea olvidar las leyendas y contemplar la noche limpiamente.

Leonard Cohen