Andalucía sin fronteras. Por Meneceo
“No sé si las cuchillas pueden producir efectos sobre las personas. Habrá que mirarlo.” (Mariano Rajoy cuando le preguntaron en un programa de radio por las cuchillas de la valla de Melilla). ¿Es la respuesta de un oligofrénico a una pregunta de candente actualidad? No, es la respuesta de todo un Sr. Presidente del gobierno.
¿Y por qué no poner un nido de ametralladoras para evitar que las hordas de bárbaros asalten por la fuerza el sagrado imperio?. Cuando hoy se alzan tremendas barreras a los desheredados, cuando en otros lugares se les deja morir ahogados pienso en nuestra tierra hospitalaria, crisol de culturas, que durante cientos de años, miles, ha visto pasar y ha acogido a fenicios y griegos, romanos y cartagineses, godos y árabes, judíos, musulmanes y cristianos y me siento orgulloso de ser andaluz.
Hijo de andaluces que emigraron a Cataluña, Alemania o a Francia como mi padre tantos años temporero en la recogida de la vendimia, la manzana o la fresa. Huyendo de la miseria de una tierra secularmente tan rica, tan atractiva para todos esos pueblos y, sin embargo, empobrecida por años de guerra, de injusticia y opresión. Era una Andalucía sin fronteras, como antes, como siempre, pero que en esos años expulsaba a sus hijos –mala madre- sin futuro. Una tierra vasta y fértil pero mal repartida. (*)
Su himno pide “tierra y libertad” para una Andalucía más libre y para España y la Humanidad. ¿Pero cómo queremos devolver el alma a los hombres, a todos, si tratamos a algunos como malas bestias?
Esos “que no son como nosotros”, “que nos quitan el trabajo”, “que vienen a delinquir”; esos “que vienen a aprovecharse”, “que se vayan, no los queremos” o mejor “que no vengan”. Poned barreras cada vez más altas y encima de ellas cuchillas más afiladas. (Que los negros se dejen la piel en su huida del hambre o de la persecución política no nos incumbe).
Una tierra vasta y fértil pero mal repartida.
Su himno pide “tierra y libertad” para una Andalucía más libre y para España y la Humanidad. ¿Pero cómo queremos devolver el alma a los hombres, a todos, si tratamos a algunos como malas bestias?
Pero no olvidéis una cosa: mientras que la justicia y el bienestar no se universalicen, mientras que no se sienten las bases de una sociedad mundial justa e igualitaria donde miles de personas no mueran al día de hambre y de sed (UNICEF denuncia que 19.000 niños mueren al día por causas evitables, un tercio de ellos -6.400- por hambre) todo intento de levantar muros de oprobio será vano.
(*) APUNTE HISTÓRICO: El latifundio ha sido un elemento capital de la estructura económica de Andalucía ya desde el siglo XVIII. En este siglo la propiedad de la mayoría de las tierras andaluzas estaba en manos de la nobleza, la Corona, la Iglesia y los Ayuntamientos. A mediados del siglo XVIII la nobleza poseía alrededor de un 60 % de las tierras de Andalucía; la Corona, los Ayuntamientos y los particulares se repartían un 22 %; y la Iglesia poseía el 18 % restante, siendo, además, estas tierras de calidad y muy productivas: producían el 27,9% del producto agrícola de la región.
En el siglo XIX, y a raíz del proceso desamortizador que facilitó la compra de tierras, los comerciantes destinaron sus capitales para adquirir fincas (inversiones, por ejemplo, en las viñas jerezanas), generándose un proceso de reconversión de comerciantes en propietarios agrícolas. De este modo, durante el XIX emergió una nueva burguesía agraria que se repartió los latifundios junto a la antigua nobleza. En 1873 se promulgó el decreto “de señoríos” en virtud del cual los nobles que presentasen pruebas sobre la territorialidad pasaban a convertirse en propietarios privados de las tierras en litigio. Prácticamente todas las sentencias se fallaron a favor de los nobles que de este modo pasaron de señores a propietarios de las tierras. Esto supuso, además, la consolidación del latifundio en la agricultura andaluza y del caciquismo como un elemento de la estructura de clases de Andalucía.
Se puede decir que tal estructura ha perdurado hasta bien entrado el siglo XX, siendo la causa de que todavía hoy exista un gran desequilibrio en el reparto de las tierras.
Meneceo