Stendhal, Rojo y negro
En tiempos como el que vivimos, donde las novelas abundan y los segundos dedicados a la lectura escasean, intentar la revisión de una de las obras de Stendhal resulta casi un acto deliberado de academicismo. Convertidas en estatuas de papel, muchas de las obras clásicas parecieran ser patrimonio exclusivo de aquellos dedicados a tareas intelectuales lejanas al común de la sociedad. ¿Cómo volver entonces a valorar los clásicos en un mundo que ofrece tan vasto y variado mercado literario, en el cual todas las preferencias parecieran estar cubiertas? En primer lugar, perder el miedo a la complejidad y la extensión de las obras clásicas es algo primordial. Luego, el descubrimiento de la riqueza de un clásico del canon literario universal no sólo es posible para el literato o el estudioso, sino que también lo es para el lector que no ha perdido aún la capacidad de asombro. Esto situará al lector en una dimensión de provocativa alteridad, la cual lo conducirá a apreciar la amplitud temática y la contingencia de las obras clásicas, cuyo carácter de “clásico” se debe precisamente a que jamás se agota en su contenido, sino que continuamente es susceptible de ser objeto de nuevas e inagotables miradas.
Rojo y negro, de Stendhal, es una novela que puede ser considerada con toda propiedad como un clásico. Sin embargo, su valor pareciera haberse olvidado, y es recurrente ver a uno de sus ejemplares inclinarse ante el abrumador polvo en algún estante de librería. Si bien es cierto que no es propio de una reseña el convertirse en apología, una defensa objetiva del valor literario de un clásico algo olvidado no me parece que caiga en dicha nomenclatura. Ergo, considero inevitable, antes de proceder con el contenido de la novela, hacer una pequeña mención a su valor como fuente.
¿Qué puede aportar, en este caso, una novela a la historiografía? Si nos remitimos al subtítulo de “Crónica del siglo XIX” que originalmente Stendhal decidió colocar bajo el título de su novela Rojo y negro, evidentemente algo hay que decir desde un punto de vista histórico. Y es que Henri Beyle –el hombre detrás del seudónimo de Stendhal- no sólo logra mostrar con acuciosa minuciosidad el aspecto psicológico característico de cada personaje de su novela, sino que también es un excelente retratista de la sociedad decimonónica francesa.
Tanto en las descripciones de las fiestas y reuniones sociales como en la narración de los arrebatos antisociales del protagonista Julien Sorel, Stendhal nos presenta los complicados sistemas de relaciones de una sociedad en donde la aristocracia y la burguesía luchaban por mantener su estratificación en base al prestigio y el ceremonial cortesano. En este sentido, Rojo y negro es una importante fuente para cualquier análisis histórico y sociológico de la sociedad francesa de la primera mitad del siglo XIX, la cual conservaba aún ciertos elementos básicos de distinción propios de la sociedad cortesana dieciochesca.
El protagonista de Rojo y negro puede ser comprendido así como el ícono del idealista revolucionario deseoso de romper con el establishment y de destacar por sus propios méritos dentro de una sociedad que vive de las apariencias y las frivolidades.
De igual manera, el odio de Julien Sorel hacia el estrato superior de la sociedad francesa de su tiempo no es sino una alegoría del sentimiento de libertad individual que comenzaba a incubarse desde fines del siglo XVIII. Este sentimiento será parte importante del Sturm und Drang y del movimiento romántico europeo, en donde la exaltación del individuo y sus anhelos buscará romper con el convencionalismo exacerbado y con el sentimentalismo fingido de las clases altas.
El protagonista de Rojo y negro puede ser comprendido así como el ícono del idealista revolucionario deseoso de romper con el establishment y de destacar por sus propios méritos dentro de una sociedad que vive de las apariencias y las frivolidades. Para un héroe de novela como Julien Sorel, el principal valor es el deseo de ruptura moral, aun cuando aquello lo lleve en ocasiones a traicionarse a sí mismo y a sus sentimientos. El anhelo de libertad se muestra entonces, a través de la novela, como una válvula de escape al tedio social y a la corrupción que supone un entramado de relaciones humanas basado en la intriga y el engaño, cuyo único objetivo es alcanzar prestigio y poder. En relación con lo anterior, la función del dinero como nuevo articulador de las relaciones de poder, se presenta ante Sorel como la degradación máxima de una sociedad que ahora cambia el honor y la virtud aristocrática-militar, por aquél que es posible comprar sin mérito personal alguno. Se evidencia entonces una exaltación del héroe, encarnado en la figura de Napoleón, a quien Julien admira secretamente. El combate del protagonista de Rojo y negro se vuelve una búsqueda de nuevos principios, de un orden que aún busca rescatar algunos elementos de la tradición, a pesar del anhelo de superación hacia el futuro. Así pues, como quien espera una edad de oro –o un Napoleón- que rescate lo bueno del mundo que se ha perdido, Julien acaba convirtiéndose, tras su muerte, en un mártir del ideal romántico revolucionario. Condenado por la propia sociedad en la que basó sus ambiciones de poder, y que le permitió trascender su estrato original, Sorel cae en las contradicciones propias de su personalidad y de su época. La maestría de Stendhal al proporcionarnos tal retrato de la Francia de comienzos del siglo XIX es innegable.
El anhelo de libertad se muestra entonces, a través de la novela, como una válvula de escape al tedio social y a la corrupción que supone un entramado de relaciones humanas basado en la intriga y el engaño, cuyo único objetivo es alcanzar prestigio y poder.
Pero no sólo como cuadro de época es que Rojo y negro ostenta el rótulo de clásico.
También es una soberbia muestra de una novela psicológica única, en donde cada personaje es trazado por Henri Beyle con una habilidad envidiable. La pasión, el heroísmo, la voluntad y las luchas internas de Julien Sorel contrastan con la inocencia y sinceridad femeninas de la señora de Rênal y con la aparente serenidad aristocrática de Matilde, tras la cual se esconde el deseo de amar, más que a un hombre, a un héroe. Desde esta consideración, nada hay que Stendhal tenga que envidiar de la poética revolucionaria-romántica de Lord Byron, o de la exaltación del héroe que hacen Víctor Hugo y Thomas Carlyle, pues, en cierta forma, Stendhal se ha convertido en un perfecto observador de la sociedad que le rodea, y con ello ha sido capaz de penetrar en la profundidad de la sociedad decimonónica, la cual es plasmada en las páginas de Rojo y negro llegando hasta nosotros, lectores contemporáneos, quienes podemos apreciar en cada una de sus líneas cómo las pasiones e inquietudes del ser humano parecieran mantenerse inmutables en el tiempo. Es aquí donde reside precisamente la naturaleza de un clásico: en que es capaz, mediante su estética y significación, de despertar y motivar al lector a la reflexión en cualquier época que sea leído. En suma, quien lea Rojo y negro podrá no sólo observar el carácter y la sensibilidad de una época en particular, sino que podrá contemplarse a sí mismo como ser humano. He aquí el valor cultural de un clásico de la literatura.
Matías Rivas. Historia y Cultura.cl
Fragmento de Rojo y Negro.
Jamás descubrió Julián en sus ojos negros más que la necesidad física satisfecha después de las comidas, o el placer físico esperado, antes de aquellas. Tales eran las gentes entre las cuales se había propuesto distinguirse nuestro amigo, pero en sus cálculos no contaba con una cosa; no sabía, no sospechaba que ser una notabilidad en los estudios de dogma, una lumbrera en la asignatura de historia eclesiástica, a los ojos de sus camaradas era un pecado espléndido. Desde Voltaire, desde que el gobierno radica en las dos Cámaras, lo que en el fondo no es otra cosa que desconfianza y examen personal, la Iglesia de Francia parece como si hubiese comprendido que son los libros sus principales enemigos. Para ella, lo único importante es la sumisión del corazón.