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El surrealismo en el cine, de Ado Kyrou

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Se dice habitualmente “negro” y los demás ven “rojo”, se habla de poesía y tu interlocutor piensa en Claudel, más comúnmente uno se burla de aquél que te agradece porque cree haber recibido flores.    
 Cuando hablo de surrealismo, entiendo: liberación del hombre a través de la búsqueda y el descubrimiento del “funcionamiento real del pensamiento”, destrucción de las seniles ideas cartesianas según las cuales habrían sido colocados, a lo largo de la vida del hombre, límites insuperables, a fin de que este pudiera fiarse de lo “adquirido”, rechazando toda intrusión liberadora más allá de lo cotidiano manifiesto. “El surrealismo se funda en la creencia de la realidad superior de ciertas formas de asociación hasta él desdeñadas, en la omnipotencia del sueño, y en el libre ejercicio del pensamiento. Tiende a destruir definitivamente todos los restantes mecanismos psíquicos, y a sustituirlos en la resolución de los principales problemas de la vida.” (André Breton, Primer manifiesto del surrealismo).  

Cuando hablo de surrealismo, esto no tiene absolutamente nada que ver con el Folies-Bergère, ni con Salvador Dalí y su acólito el papa, ni con los curas así fuesen de cualquier religión, ni con aquéllos que compiten en sus clamores por sofocar toda fuerza verdadera jugando a ser espíritus amplios, ni con los estetas en sus alcobas, negándose a purificarse las manos en la revuelta, ni con los carantoñas de los snobs y los afeminados, ni con los corderos de toda especie, ni con las viejas colillas podrida.


Enterradores con cabezas de muerto se afanan periódicamente por sepultar al surrealismo, el cual evidentemente no se deja colocar en el ataúd. Es un devenir que nunca estuvo más vivo, para desesperación de sus pálidos enemigos. Pero la confusión ha sido cuidadosamente mantenida por éstos, y se está desgraciadamente obligado, una vez más y siempre, a puntualizar las cosas.
Cuando hablo de surrealismo, esto no tiene absolutamente nada que ver con el Folies-Bergère, ni con Salvador Dalí y su acólito el papa, ni con los curas así fuesen de cualquier religión, ni con aquéllos que compiten en sus clamores por sofocar toda fuerza verdadera jugando a ser espíritus amplios, ni con los estetas en sus alcobas, negándose a purificarse las manos en la revuelta, ni con los carantoñas de los snobs y los afeminados, ni con los corderos de toda especie, ni con las viejas colillas podridas, ni con... etc., etc.    

Cuando hablo de cine, entiendo: el medio de expresión más completo, más rico, más libre, y absolutamente sin ninguna relación con el Arte (con A mayúscula), ni con la Técnica (con T mayúscula), ni con las prédicas o con el comercio, ni con las danzas hawaianas, ni con los análisis altamente psicológicos de viejas solteronas, ni con Franco, ni con Stalin, ni con esquimales congelados, ni con las sotanas de san Pedro y de san Pablo, ni con la pantalla vacía, ni con el chusmerío, ni con el embrutecimiento calculado y colectivo, ni con la butaca reventada por el aburrimiento.

Cuando hablo de cine, entiendo: el medio de expresión más completo, más rico, más libre, y absolutamente sin ninguna relación con el Arte (con A mayúscula), ni con la Técnica (con T mayúscula), ni con las prédicas o con el comercio, ni con las danzas hawaianas, ni con los análisis altamente psicológicos de viejas solteronas, ni con Franco, ni con Stalin, ni con esquimales congelados, ni con las sotanas de san Pedro y de san Pablo, ni con la pantalla vacía, ni con el chusmerío, ni con el embrutecimiento calculado y colectivo, ni con la butaca reventada por el aburrimiento, ni con... etc., etc.    
Reconozco que mi opinión acerca del cine pueda parecer bastante restrictiva, pero en realidad es muy amplia, porque son todos estos “ni”, y otros miles por el estilo, los que impiden con sus prohibiciones los relámpagos que podrían proyectar las pantallas. El cine que amo es el cine posible, del cual sólo algunos raros ejemplos nos han llegado hasta hoy. El resto, los kilómetros de película impresa, presentan para mí tanto interés como el color del penacho de Enrique IV.    
Mi cine está hecho de sus posibilidades.   

Fotograma de "La edad de oro" dirigida por Luis Buñuel en 1930

Que nuestra habilidad sea crear leyendas a partir de la disposición de las estrellas,
pero que nuestra gloria sea olvidar las leyendas y contemplar la noche limpiamente.

Leonard Cohen