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Última foto de Don Pablo Martínez. En su pueblo, durante la inauguración de  su exposición sobre plantas medicinales. Verano de 2012. Foto cedida por Doña Pilar Martínez.

Don Antonio García y Don Pablo Martínez…La amalgama de la vida

Me envía Juan Soria un email informándome del artículo escrito por mi amigo Antonio Caba “La Biblioteca… y aquella pipa” en la revista cultural La Laguna , ofreciéndome al mismo tiempo que escriba un artículo para esta revista. La verdad es que el que a mí me gustaría escribir ya lo ha hecho Caba, sublime por cierto, pero sobre esa base me propongo montar el mío. Don Pablo Martínez fue una de las personas que más influyó en mí en la época de la juventud. Fue mi profesor de Lengua y Literatura de sexto a octavo de EGB y el que permitió poder contar una de mis batallitas preferidas: haber leído Réquiem por un campesino español de Ramón J. Sender cuando estaba prohibido en España. Pero hubo otra persona que también me condicionó de una manera importante, Don Antonio García, uno de los curas de la época. Don Antonio fue el alma del grupo de los Scouts desde el que tantos jóvenes de aquella época empezamos a afrontar la vida en base a unos valores solidarios, ecológicos y generosos. Estos dos personajes de la década de los setenta en Íllora marcaron en mí y en muchos de mi generación un rastro que el tiempo no ha conseguido borrar. Son muchas las diferencias entre los dos personajes. Uno ejerció su profesión desde la educación laica y pública, teniendo a la literatura como eje central de su existencia. El otro fue cura y era la religión católica el fundamento de su existencia. A uno lo he considerado siempre como un ejemplo de una persona progresista y de bien, al otro como paradigma de persona conservadora, también de bien. Pero las similitudes le ganan ampliamente la partida a las diferencias. Son dos individuos no nacidos en Íllora, que llegaron al pueblo en una época tumultuosa, el fin de una etapa, el franquismo, y el principio de otra, la transición a la democracia; marcando con su presencia, con sus actos y fuerza aquel espacio y aquel momento. Es en aquel contexto de dificultades políticas, económicas, sociales y culturales en las que hay que situar y entender su labor. Ambos han sido modelo de vida y obra para muchas personas, también ambos se dedicaron a la educación en el amplio sentido de la palabra, por eso, por trabajar para la eternidad, nadie puede predecir donde acabará su enorme influencia. Será por eso, por la noticia de su muerte (que me ha llegado al mismo tiempo la de los dos) o porque cuando uno sobrepasa el medio siglo de existencia, se plantea este tipo de cosas, me ha dado por pensar que ambos tuvieron el privilegio de no llenar su vida de nada, que consiguieron dar sentido a su vida porque la han dejado marcada en nuestra existencia y memoria. Y es que Don Antonio y Don Pablo (no podría escribir su nombre sin el don delante pues perderían todo sentido y connotación) pisaron tan fuerte en el transcurrir diario de la década de los setenta de Íllora que nos dejaron su señal para el resto de nuestros días. Los dos desde posiciones distintas, desde planteamientos ideológicos diferentes, trabajaron con actitudes, con valores y principios que como tales han sorteado los envites del tiempo. Se me olvidaron hace mucho las partes de una célula, los reyes visigodos, en qué año nació o murió Machado, cómo se trabajaba con el número e o cómo se hacía una raíz cuadrada. Siempre recordaré la necesidad de luchar por lo que uno cree o el valor de la cultura y la libertad que me transmitía Don Pablo o la imperiosidad de ser solidario, justo y generoso con los demás a lo que me animaba Don Antonio.

 

Siempre recordaré la necesidad de luchar por lo que uno cree o el valor de la cultura y la libertad que me transmitía Don Pablo o la imperiosidad de ser solidario, justo y generoso con los demás a lo que me animaba Don Antonio.

 

Quiero terminar este artículo reflejando dos grandes regalos. Me parece que es una enorme satisfacción para ellos dos, sus familias y sus amigos constatar que pasaron por la vida no para acumular dinero, riqueza, fama o posesiones, sino para dejar huella de su existencia, rastro de su paso entre nosotros, surco de su estancia en la vida, evidencia que se constata en una inmensa mayoría de los que tuvimos la suerte de conocerlos. El segundo regalo se refiere a mí. Me siento enormemente satisfecho por haber sido beneficiario de las enseñanzas de Don Antonio García y Don Pablo Martínez, dos personas tan distintas, con vivencias tan dispares, desde sectores sociales diferentes, paradigmas de que las palabras conmueven pero los ejemplos arrastran. Estamos hechos de tiempo, de diversas ideologías y enseñanzas, a veces con apariencia contrapuesta, pero somos una amalgama ecléctica, plural, diversa y rica. Son muchas las personas con cuya experiencia y vivencias me he ido haciendo, que han participado en mi forma der ser y pensar, en mis contradicciones, en mi complejidad…pero las aportaciones de ellos dos ocupan un lugar especial en mi existencia, en mi ser, en mi memoria. Es ahora cuando ya hace mucho tiempo que perdí el contacto con ambos, es ahora cuando me he enterado que han desaparecido, es ahora cuando reflexiono sobre el Íllora de finales del franquismo y principios de la transición, sobre mi juventud, sobre la década de los setenta, ahora cuando han pasado cerca de cuarenta años, es ahora cuando me doy cuenta que lo importante no es parecer, ser o tener, sino hacer historia. Gracias Don Antonio y Don Pablo por formar parte de mi vida y la de tantos ilurquenses de aquella época. Gracias por dejarnos la última enseñanza de que lo importante y trascendente no es el impacto que producen las personas, sino la huella que dejan.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        Salustiano Gutiérrez Baena.

 

Don Antonio García (centro), en una comunión en Sierra Pelada en 1970, extraída del libro "Íllora Imagen y memoria".

 

 

 El cuarto estado (1901). Giuseppe Pellizza da Volpedo

 

¡ LA SOCIEDAD CIVIL, POR FIN!

Leo en los diarios más conservadores de este país las lacerantes críticas a esos “jóvenes mal educados” que han despreciado a todo un Sr. Ministro y le han denegado el saludo en el acto de entrega de los premios fin de carrera del Ministerio de Educación.

“¡No puede ser, es indignante, que mala educación…!”, “Esos jóvenes deben ser de la izquierda más radical (y por lo tanto unos maleducados)!” –vociferan contertulios en las cadenas del “tdt”.

Cuando unos 35.000 universitarios se han quedado sin beca en el presente curso (y el número aumentará considerablemente en los próximos) por los recortes del ministerio que preside el Sr. Wert y muchos de nuestros jóvenes investigadores tienen que emigrar por la falta de recursos y expectativas no me queda, cuanto menos, que hacerme unas preguntas (retóricas, claro está): ¿acaso existe relación de proporcionalidad entre tales actos (el de recortar salvajemente el futuro de nuestros jóvenes y el de denegar el saludo al que, más bien que mal, lo tiene ya bastante asegurado)? ¿Dónde está la “mala educación”, o simplemente la “maldad”? El hecho de que algunos de nuestros mejores universitarios hayan denegado el saludo al Sr. Wert demuestra que, además de ser los mejores de su promoción, tienen conciencia social (y por tanto política). Y pienso: ¡la sociedad civil, por fin!

 

El hecho de que algunos de nuestros mejores universitarios hayan denegado el saludo al Sr. Wert demuestra que, además de ser los mejores de su promoción, tienen conciencia social (y por tanto política).

 

Veo en un programa de televisión una entrevista al abogado de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca en la que expresa la intención de la PAH de demandar al Sr. González Pons por declaraciones injuriosas y falaces sobre el “escrache” que dicha plataforma realizó recientemente en su domicilio (acusándoles, como otros miembros de su partido, de filoterroristas y “asusta niños”). Se trata de un político (no se nos olvide que el político es el que mira por los intereses de la polis, de lo público) que recibe del PP y del Congreso más de 173.496 euros anuales, según se desprende de la Declaración de Bienes y Rentas que el Vicesecretario general de Estudios y Programas ha entregado al Congreso, en donde no se incluye su retribución como diputado o “asignación constitucional” (60.305 euros anuales brutos) ni tampoco la compensación para vivienda que recibe por ser un diputado de fuera de Madrid, 1823,26 euros mensuales (21.879,12 euros al año), y que se suma al alquiler mensual que le paga el PP, 1.445 euros (17.460 euros anuales) según ha dado a conocer Eldiario.com el pasado lunes 10/6/2013; pues bien, decíamos que un político no debería ser molestado en su domicilio particular, faltaría más, porque la vida privada de los políticos debería ser sagrada (aunque esta se nutra fundamentalmente y con creces de fondos públicos).

Las acciones realizadas por la PAH y otras plataformas ciudadanas ponen de manifiesto el malestar, la desazón y el hartazgo de gran parte de la sociedad de una élite política que nos gobierna sin el más mínimo respeto (cuestión ética) ni decoro (cuestión estética, recordemos el “¡que se jodan!” de la diputada Sra. Fabra).

Añadamos a estos movimientos otros como los del “15-M”, “Indignados”, “Rodea el Congreso”, “Yayoflautas”, etc., y tendremos una ciudadanía que parece despertar de su secular letargo en este país. ¿La sociedad civil, por fin?

(Ante tantos casos de corrupción -800 casos y 2.000 detenidos, según la estadística oficial- y desbarajustes en la vida pública, repetimos como un mantra: Sólo un Estado democrático puede crear una sociedad civil democrática; sólo una sociedad civil democrática puede mantener a un Estado democrático. Amén.)

                                                                                                                                                                                                                                                                            MENECEO

 

 

 

Miradas cruzadas 7: El ritmo de la tierra.
Paisaje holandés del siglo XVII y americano del siglo XIX.
Museo Thyssen‐Bornemisza. Madrid.
Del 24 de septiembre de 2013 al 6 de enero de 2014
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El Museo Thyssen‐Bornemisza presenta la séptima entrega de la serie Miradas cruzadas, dedicada a la representación del paisaje en dos épocas y lugares diferentes. Bajo el título El ritmo de la tierra. Paisaje holandés del siglo XVII y americano del siglo XIX, la muestra reúne una selección de diez obras del Siglo de Oro holandés y de pintura norteamericana del siglo XIX.
Esta nueva instalación muestra la influencia que el paisaje holandés tuvo sobre el americano. Ambas escuelas, con diferentes estilos y lenguajes artísticos, eligieron el paisaje como género pictórico fundamental de sus obras, convirtiéndolo los primeros en un género independiente y los segundos en un medio de expresión de profundos sentimientos.
Organizada en torno a cuatro apartados ‐La tierra sin límites, Naturaleza rural, En el camino y Rincones de bosque‐, la muestra descubre analogías y divergencias en la interpretación que del paisaje hicieron los artistas holandeses Philips Koninck, Jan Josephsz. vanGoyen, Jan Jansz. van der Heyden, Aert van de Neer y Meindert Hobbema y los americanos William Louis Sonntag, George Henry Durrie, Albert Bierstadt, Asher B. Durand y John Frederick Kensett.

 

 


En el reciente trabajo sobre los tenientes de alcaide del Castillo de Íllora, publicado en ediciones del Área de Cultura del Ayuntamiento de Íllora y mía propia, se relacionan los siete personajes que desempeñaron dicho cargo:
1) Alfonso Dias Vanegas.
2) Francisco de Bilbao.
3) Cristobal de Bilbao, hijo del anterior.
4) Pedro de Clavijo, hijo del alcaide de Iznájar, Juan Pérez de Clavijo.
5) Cristobal Navas de Puebla, hijo del licenciado Pedro Lopez de Puebla, abogado de la Chancillería de Granada.
6) Juan de la Cueva, capitán y escribano de la villa de Íllora.
7) Gregorio de la Peña, capitán y escribano de la villa de Íllora, hijo del también escribano Cristobal de la Peña.
Los dos primeros, Alfonso (o Alonso) Dias Vanegas y Francisco de Bilbao, fueron designados como sus tenientes de alcaide por el propio Gonzalo Fernandez de Cordoba, el Gran Capitán, al ausentarse para emprender sus campañas militares en Italia.
El alcaide Alonso Dias Vanegas tuvo extensas propiedades “en el alquería e cortixo que dizen de Alnarache”, las cuales pasaron a ser después del licenciado Pedro Lopez de Puebla, abogado de la Chancillería de Granada.
Entre los veinticuatro regidores de la ciudad de Granada, quince cristianos y nueve moriscos, según lo proveído por los Reyes Católicos, se encontraba D. Alonso de Venegas formando parte del grupo de nueve moriscos nombrados, por lo que cabe la posibilidad de que este primer teniente de alcaide del Castillo fuese morisco.
(Ver la obra “Los Moriscos del Reino de Granada según el Sínodo de Guadix de 1554”, Antonio Gallego Burín y Alfonso Gámir Sandoval.)
En documento del año 1506, encontramos como “alcayde en la Fortaleza desta dicha vylla de Yllora” a Francisco de Bilbao.
El alcaide Francisco de Bilbao tuvo tres hijos: Cristóbal de Bilbao, que le sucedería en el cargo de alcaide, Ana de Vedya y Maria de Bilbao.
Maria de Bilbao, hermana del alcaide Cristobal de Bilbao, hizo testamento en el año 1557. En dicho testamento María de Bilbao mandaba ser enterrada “en la dicha Yglesya de la dicha villa de Yllora, en la capilla del enterramyento de mys padres.” En estos años no se indicaba en las partidas de defunción de la Parroquia de Íllora el sitio concreto del interior de la Iglesia en donde se hacía el enterramiento, por lo que no sabemos en qué capilla concreta de la Iglesia de Íllora era en donde fueron enterrados el alcaide Francisco de Bilbao y su esposa.

 

Al parecer, Gregorio de la Peña fue el primer alcaide que llegó a utilizar el interior del Castillo como finca rústica para sembrar alcacer; vendiendo dicha cebada, en el año 1627, a Hernando Garcia Berrocal, vecino de Íllora, por 154 reales.


A Cristóbal de Bilbao le sucedió como alcaide Pedro de Clavijo. El primer documento localizado sobre él es del año 1540. Era el hijo mayor del alcaide de Iznájar, Juan Pérez de Clavijo, y de Quiteria de Molina, su mujer.
El quinto teniente de alcaide del Castillo de Íllora que aparece en los documentos consultados fue el capitán Cristobal Navas de Puebla, contino de su majestad. Era hijo del licenciado Pedro Lopez de Puebla y de doña Marina de Navas; el padre conocido terrateniente local que sostuvo enconados pleitos con los moriscos de los anejos de Íllora y también con el Concejo de la villa, de todo lo cual se trata extensamente en mi trabajo “Los moriscos de Íllora y su comarca desde la conquista del año 1486 hasta la rebelión morisca de 1568”, publicado en el año 2011.
La sublevación de los moriscos y la guerra ocurrieron en los años en que era alcaide de Íllora el citado alcaide Cristóbal Navas de Puebla. Íllora sirvió como lugar de alojamiento de los soldados que se reclutaban para combatir con los moriscos sublevados en las Alpujarras, y al alcaide, como representante militar de la villa, le correspondía la organización y el control de todo ello.
El alcaide Cristóbal Navas de Puebla falleció en una fecha comprendida entre el verano del año 1577 y el verano del año 1578. En los últimos años de su vida, aquejado de alguna enfermedad, la residencia del alcaide Navas de Puebla parece estar en la ciudad de Granada. En este periodo de transición el Castillo pudo estar abandonado o sin que nadie estuviera especialmente a su cuidado, pues en el año 1582 fallecía “una criatura de una mujer que bybe en el Castillo...”
 


En el año 1596, Juan de la Cueva aparece por primera vez en los documentos como alcaide del Castillo de Íllora, compatibilizando este cargo con otros oficios, como el de escribano o el de capitán.
Juan de la Cueva tuvo varios esclav@s:
-El 24/05/1592, compraba a Francisca, de 22 años de edad.
-Y el 09/05/1593 se bautizó a María, hija de Francisca, la esclava de Juan de la Cueva.
-En el año 1595, Juan de la Cueva vendía, para un vecino de Granada, a Juan, su esclavo, de edad de 19 años, junto a dos mulas; “las dichas dos mulas en mill y çien reales, y el dicho esclavo en mill y seisçientos reales”, cantidad esta última que recibiría Juan de la Cueva en especie, en el valor de 300 arrobas de bacalao.
-En el año 1599, el “capitán Juan de la Queva”, compraba una esclava llamada Maria, de 22 años de edad. etc.
“Doña Ynes Rodriguez, muger del capitán Juan de la Cueba” fue la primera persona de Íllora que entre las misas y rogativas que mandaba en su testamento incluyó misas a la advocación de San Rogelio; concretamente cinco misas “adbocaçión del señor San Rogelio, mi abogado, por los cinco derramamientos que hiço en su martirio”; y además una memoria de 52 misas anuales “adbocaçión del bienabenturado San Rogelio mártir, mi abogado y Patrón desta billa”.
A continuación de la memoria anterior, mandaba doña Inés que se dijeran también seis misas “adbocación del bienabenturado Apóstol señor Santiago, Patrón Despaña.”
Y preocupada por las almas de sus “criados esclabos” difuntos, mandaba doña Ynes en su testamento que se dijeran veinte misas por las almas de Juan y de Antona, “que fallecieron en mi casa”.

 

En el año 1638, Francisco Martin y Alonso Martin, vecinos de Íllora, excavaron en algún lugar del interior de la Fortaleza “para sacar un tesoro.”


El último alcaide del Castillo de Íllora que mencionan los documentos consultados fue Gregorio de la Peña. Gregorio era hijo del escribano Cristobal de la Peña y de Catalina de Sena; nació en el año 1575 y fue el séptimo de los hijos del matrimonio.
Gregorio de la Peña y su hermano Bernardo se vieron envueltos en un pleito con el síndico personero de la villa y otros vecinos; y entre todos llegaron a un acuerdo, el 06/03/1612, por el que los dichos Gregorio y Bernardo de la Peña se comprometían a que si desde entonces en adelante “pretendieren oficios de alcaldes o escribanos o rejidores, no lo harán por malos medios ni amenaçando ni atemoriçando a los becinos que boten por ellos con amenaças”; mientras que las partes contrarias “no an de persuadir a los beçinos a que no boten por ellos.”
Gregorio de la Peña contrajo matrimonio en el año 1595 con doña Francisca de Rozas, hija del médico de Íllora Francisco Paez de Rabaneda y sobrina de Antonio de Rozas (que participara en la guerra contra la sublevación de los moriscos y de donde trajo como esclavas a Magdalena y a su hija Xinesa, de tres años de edad). Después de que en el año 1601 falleciera Francisca de Rozas, Gregorio de la Peña contrajo nuevo matrimonio con doña Catalina Nuñez de Salmeron.
En tiempos del alcaide Gregorio de la Peña se hacían listas de las armas existentes en la villa; la del año 1597 decía así: “Un alarde y lista de armas del año de [597] donde está la carta de pago de los alcabuçes.” También hacía el año 1618 existía “Un libro de alcaidía y Fortaleça desta villa”.
Al parecer, Gregorio de la Peña fue el primer alcaide que llegó a utilizar el interior del Castillo como finca rústica para sembrar alcacer; vendiendo dicha cebada, en el año 1627, a Hernando Garcia Berrocal, vecino de Íllora, por 154 reales.
En el año 1638, Francisco Martin y Alonso Martin, vecinos de Íllora, excavaron en algún lugar del interior de la Fortaleza “para sacar un tesoro.” Conocido el asunto, fue enviado a esta villa D. Luis de Bocanegra, “juez de Minas y Tesoros”, acompañado de un escribano, repercutiéndoles a los citados vecinos que excavaron en el Castillo 400 reales de salarios por la venida hasta Íllora y las diligencias practicadas.
Prosiguiendo lo actuado, en 1639 el citado señor “juez subdelegado de Minas y Tesoros” citó para que compareciera ante él en la ciudad de Granada, a “Gregorio de la Peña, alcayde de la Fortaleza desta dicha villa en lugar y como tiniente del señor Duque de Sesa, y alguaçil mayor por su majestad de esta dicha billa”.
Parece que a partir de entonces el Castillo contaba habitualmente con doce vecinos que ejercían de soldados “nonbrados y alistados para la guarda y custodia de la dicha Fortaleça”. De los doce soldados que en el año 1646 estaban nombrados para el servicio del Castillo, “Gregorio de la Peña, alcayde de la Fortaleça desta dicha villa, en lugar y como teniente de su excelençia el señor Duque de Sesar”, revocaba a dos de dichos soldados “para que no usen dichas dos plazas ny se les guarde ningunas priminencias en rracón de tales soldados... y en su lugar el dicho alcayde nonbrará otras dos personas... para llenar el número de los doçe que sirben a la dicha Fortaleça.”
Según los documentos localizados hasta ahora, con la muerte, hacia el año 1658, de Gregorio de la Peña, desapareció el cargo de teniente de alcaide del Castillo o fortaleza de Íllora.

                                                                                                                                                            Antonio Verdejo Martín.

 
 

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Que nuestra habilidad sea crear leyendas a partir de la disposición de las estrellas,
pero que nuestra gloria sea olvidar las leyendas y contemplar la noche limpiamente.

Leonard Cohen