El Cine España, en flashback, el cine de nuestras vidas
Va por ti, Paco Castro
Aquel reducto de memoria en blanco y negro de aquel único y mágico lugar que durante más de medio siglo llenó de pasión y vida las vidas de nuestros mayores, también la de muchos de nosotros, pudo pronto renacer de sus cenizas e iniciar una nueva etapa.
Un estruendoso ruido de madrugada despertó a nuestro barrio, después a un pueblo entero. El tejado de barro cocido y de uralita estallaba en mil pedazos junto a la tornillería y metralla de ferretería, las llamas se alzaban al cielo alumbrando aquella noche que despertaba y apagaba nuestros sueños. Aquella noche nada fue silencio, gritaba el fuego, el despertar de los vecinos medio vestidos, la solidaridad en hilera a modo de cadena de cubos de agua, la sirena del camión de los bomberos que nunca llegaba y que cuando llegó ya el alba iluminaba los últimos rescordos de un calcinado patio de butacas al raso, aplastado por el polvo ceniciento y los cascotes de la techumbre derrumbada.
El fuego arrasó lo material pero no el recuerdo de tanta vida transcurrida en el irregular e indemne escenario en el que cantaron, bailaron y contaron antiguas compañías de postín, especialmente durante los años de la Guerra Civil y la larga y dura posguerra. En cientos de pueblos y en las calles de aquella España grisácea y de carcundia se retrataron escenas después proyectadas a través de películas como “Viaje a ninguna parte”, “Ay Carmela”, “Las cosas del querer”, etc; porque esos pasajes cinematográficos de ahora clavaron aquellos paisajes, historias, vidas, personas y personajes olvidados de entonces.
Actores y actrices en troupe por los pueblos del sur, en el apasionante camino de la comedia, entonces de supervivencia y de resistencia como ahora, permanentemente salvando a la Cultura de la quema, pagando con la salud y sus propias vidas la necesidad de exhibir aquellas piezas teatrales, aquellas óperas flamencas, revistas, variedades, cafés cantantes y tantas otras modalidades de formato expres que en nuestro pueblo y en el Cine España se recibían igual que la tierra de labranza recibe al agua en mayo.
Y estas cosas pasaron, entre otras, gracias a la iniciativa empresarial de Francisco Morales, Paco el del Teatro, marido de Isabelita la del Teatro, la taquillera de nuestras vidas, quienes propiciaron en aquellos duros años que en Íllora no faltaran funciones de teatro, veladas de flamenco, espectáculos de variedades, bodas, verbenas … ¡y sesiones de Cine, de Tarde y de Noche!.
Paco Castro, Don Francisco Ortega Castro, el operador del cine de nuestras vidas, nuestro Alfredo illoreño de nuestro particular paraíso cinematográfico. Aquel rojo apasionado del cine y sus entretelas, el fabricante manual de gigantes bastidores de las carteleras de “Ben-Hur”, “Lo que el viento se llevó”, “Los Diez Mandamientos”..., el genial y autodidacta acuarelista, el pintor de nuestros paisajes callejeros, el primer rotulista conocido, el tertuliano incansable, el fiel repartidor de fotogramas, el señor de los mejores enebros, empalmes y encuadres, “el tío de los contadores del agua”, el hombre del agua que sobre la tierra siempre tuvo sus pies, también sus infinitos sueños.
¡Ay, el Cine! Los mejores títulos se proyectaron en aquella recia pantalla de lona blanca, casi blanca, del Cine España, hasta el cruce de la década de los ochenta con los noventa. Y en esto cómo no recordar, mil veces si hiciera falta, a Paco Castro, Don Francisco Ortega Castro, el operador del cine de nuestras vidas, nuestro Alfredo illoreño de nuestro particular paraíso cinematográfico. Aquel rojo apasionado del cine y sus entretelas, el fabricante manual de gigantes bastidores de las carteleras de “Ben-Hur”, “Lo que el viento se llevó”, “Los Diez Mandamientos”..., el genial y autodidacta acuarelista, el pintor de nuestros paisajes callejeros, el primer rotulista conocido, el tertuliano incansable, el fiel repartidor de fotogramas, el señor de los mejores enebros, empalmes y encuadres, “el tío de los contadores del agua”, el hombre del agua que sobre la tierra siempre tuvo sus pies, también sus infinitos sueños. ¡Vaya laña!
El Cine España y sus personajes y protagonistas, sus estampas y leyendas, sus historias de aventuras, de víctimas y héroes, del amor y el desamor, de la vida y de la muerte... la única ventana que durante décadas se mantuvo abierta al exterior, a pesar del repetible y cansino NODO y a pesar de su mismo protagonista, aquel enjuto personaje, ridículo y diminuto.
¡Ay de aquel viejo Cine, de aquel viejo Teatro que dejamos escapar!
Recuerdo del protocolo para entrar al Cine España, aquella estrecha taquilla haciendo esquina con la Calle del Pilar de la Cueva, la entrega de la entrada al portero de turno, también la posible pillería de intentar colarse tapado tras algún obeso con abrigo o esperar al guiño del portero a la voz de “ahora”; el paso al hall, la primera sensación de pisar otra realidad y la confirmación del “ya estoy dentro”; sólo quedaba esperar a que Paco diera el aviso, pero mientras tanto siempre daba tiempo para ver las carteleras de “próximamente” a ambos lados de aquella entrada, también en el altillo al que se accedía por una escalinata en cuyo cuarto escalón siempre había, pegando a la pared, aquel fresco pipote de los de Teresa la de Cogote, resbaladizo como un pez, con agua del pilar de la Cueva, y una vez arriba una inclinada y vetusta barra de bar de madera tras la cual se apoyaban almacenados los gigantes bastidores de Paco Castro y a su izquierda se ubicaban los urinarios de pie, calzados en el suelo con rugosas piedras de sal que devoraban un olor y prendían otro, este fusionado y penetrante olor fuerte y constante en la infinita memoria de los sentidos.
Se apagaban abajo todas la luces de sala y arriba en la cabina de proyección se encendían las máquinas de nuestros sueños, con pipas o sin ellas, prohibidas o no, con respetuoso silencio o incorrecta algarabía... la magia del cine hipnotizaba hasta al más terco de los asistentes y encandilaba al más ciego ante lo sensible.
Cuando se daba el aviso, que no era una luz verde encendida indicando “on” sino un chirreante y gastado timbre metálico, se apagaban abajo todas la luces de sala y arriba en la cabina de proyección se encendían las máquinas de nuestros sueños, con pipas o sin ellas, prohibidas o no, con respetuoso silencio o incorrecta algarabía... la magia del cine hipnotizaba hasta al más terco de los asistentes y encandilaba al más ciego ante lo sensible.
Daba igual que allá enfrente sobre la pantalla para cinemascopeestuviera Charles Heston o Clark Gable, Greta Garbo o Audrey Hepburn, Bruce Lee o Bud Spencer, Paco Martínez Soria o Fernando Esteso, lo sencillamente extraordinario e importante era el Cine, nada más, y nada menos, su sorprendente realidad, su disfrute y entretenimiento, sus risas y lágrimas, el descubrimiento de otros mundos y personas, la distancia y lo imposible como barrera inalcanzable, pero siempre quedaban los sueños y los deseos, lo posible y lo alcanzable que solo el Cine nos lo ofrece.
El Cine España fue con toda seguridad uno de los refugios de mayor redención y liberación en aquellos años de amputada libertad, a pesar de la casposa censura de contenidos y donde pálidos políticos y negros curas actuaban como babosos censores a las órdenes de un régimen opresor que, paradojas de la vida, con otros matices, podríamos comparar con lo que hoy ocurre en pleno 2013, con los salvajes recortes económicos, especialmente en el sistema educativo y sanitario en general, también en la investigación y la ciencia, en la producción cultural y en la creación artística, recortes en definitiva de contundente matiz ideológico en búsqueda de la desigualdad, al fin y al cabo otra forma de censura y prohibicionismo, otra forma de matar.
Dado que en este puto país la historia que nos contaron fue únicamente la que se contaba desde una de las partes y puesto que los libros se utilizan para adornar estanterías, ha sido en gran medida gracias al cine español, ese al que algunos se empecinan en tildar de “españolada”, lo que ha permitido que una inmensa mayoría de la población se acerque a la verdad o a cierta verdad de la historia de esa cruenta etapa, etapa tan estiradamente influyente y cuyo condicionamiento social, moral, religioso e ideológico se coló soplo a soplo y sermón a sermón por todas las rendijas de casas y cabezas, llegando hasta nuestros días esa infección que los doctores habidos en las últimas décadas, a diestra y siniestra, ni siquiera han intentado detener, porque el pueblo al poder siempre le importó un bledo, no más que a un granjero sus pollos de engorde.
Durante aquellos años y años, día tras día, antes y después de la muerte del dictador, se asistió al cine más político y propagandístico que se recuerde, éste sin censura abierta: la conquista de Roma y sus barbaries contra el pueblo cristiano, pero nada de las Cruzadas papales contra los impíos y cuya verdadera causa no era la Cruz sino la expansión militar y económica por Oriente; las atrocidades de los pueblos bárbaros del norte pero nada del genocidio latinoamericano y cuya verdadera causa no era la Cruz sino el oro y la expansión militar y económica por América; las inquinas y tramas de las escandalosas monarquías europeas, pero nada de la permanente y real corrupción histórica de los monarcas españoles; la tiranía y ambición napoleónica pero nada del caciquil y absolutista régimen fernandista del momento; la emprendedora conquista del oeste americano pero nada del justificado y aceptado expolio y extinción del pueblo indio; las grandes batallas y gestas militares de americanos e ingleses durante la segunda guerra mundial pero nada ni rigor alguno sobre el monstruoso holocausto alemán, hasta los años ochenta y posteriores; las gracietas y picaresca de la “marca España” de entonces pero nada de la represión nacionalcatolicista ni de la miseria y analfabetismo de un pueblo entero ni de los todavía perseguidos, encarcelados y asesinados por Franco; los despelotes de la Nadiuska y la María José Cantudo y aquellas primeras e inolvidables pajas y los éxitos de Esteso y su “Ramona pechugona”, pero nada de los todavía sagrados altares militares manchados de sangre, nada de aquellos últimos verdugos y patíbulos al alba.
Y cuando a alguien se le ocurre y se le deja escribir un guión y/o realizar una película que habla y cuenta no lo del grasiento militar condecorado sino lo de la familia roja asesinada, no lo del espíritu nacional del 18 de julio sino el drama de las vidas destrozadas y separadas de cientos de miles de personas, no lo de los triunfadores golpistas sino la desesperanza de los vencidos y su triste posguerra... siempre hay alguien que viene y te dice aquello de “los rojos siempre estáis con lo mismo”. Sin comentarios.
Decíamos más arriba, mucho más arriba (¡Arriba!) que cuando Paco (Paco Castro) daba el aviso desde aquel chirriante timbre todo se hacía oscuridad, a veces incluso se hacía el silencio... cuando eso ocurría ocupabamos acelerados y en carrera a ciegas nuestros asientos, abríamos con sigilo las clandestinas bolsas de pipas prohibidas o las permitidas bolsitas de aquel riquísimo maíz tostado y lo primero que se alumbraba en la gran pantalla era ¡el NODO!, aquel Noticiario Documental ¿o Dominical, quién sabe?, entrecortado las más de las veces, de sonido y fotogramas raídos, con aquella única voz de embudo agujereado que incitaba (lo intentaba) a la exaltación patriótica mediante imágenes no actualizadas, siempre las mismas, de aquel señor bajito, menudo y de cómico bigote.
Quienes asistimos por aquellos años al cine en tiempos de navidad pudimos presenciar por primera vez la magia también de la publicidad, la que Paco Castro diseñaba y nos proyectaba entre el Nodo y la película y que nos decía “¡Compra tus juguetes en Casa de la Tere Rubio!”, también otros consejos publicitarios del tipo “Se prohibe comer pipas”. ¡Cojones qué tiempos!
Y entretanto, represión incluida y a pesar de ella, hubo un cine atrevido e inteligente y de elevadísimo nivel artístico, el que logró salvar censuras y trampear las normas del imbecilismo y analfabetismo oficial, son los grandes nombres del cine español: Juan Antonio Bardem (Calle Mayor, 1956), Luis García Berlanga (Bienvenido, Mister Marshall, 1953), Carlos Saura (La caza, 1965) y en el exilio Luis Buñuel (El discreto encanto de la burguesía, 1972).
Todos creíamos que el final del Cine España sería la coherente y razonable decisión de ser adquirido, comprado, por el Ayuntamiento, pero no fue así. Otra vez un apreciable recurso cultural del pueblo se evaporaba y no se hizo nada por salvarlo de, esta vez sí, su quema definitiva.
En los últimos años ochenta y durante la primera mitad de los noventa el Cine España estuvo alquilado por el Ayuntamiento de Íllora, más para descosidos que para cosidos, aunque sin dudar de la suma y ganancia que representó contar con un espacio cultural más, aunque como recurso municipal fue utilizado para esporádicos eventos, como la celebración de los extraordinarios carnavales de aquellos años, alguna función de teatro y algún espectáculo flamenco, pero más para ensayos de agrupaciones y producciones culturales (Banda de Música, Orquestas de Verbena y Taller de Teatro, principalmente) que para la difusión cultural, con la excepción de lo anterior y un puñado de proyecciones cinematográficas, programadas en semanas culturales y también durante la escasa pero intensa vida de la iniciativa asociada al Cine Club El Sur de Granada, que Miguel el de Los Polos y Salus Gutiérrez se empeñaron en poner en marcha con el propósito de la pervivencia del cine en Íllora y para dinamizar y revitalizar el viejo Cine España, pero fue el sueño de varias mágicas tardes de un otoño con su invierno.
Todos creíamos que el final del Cine España sería la coherente y razonable decisión de ser adquirido, comprado, por el Ayuntamiento, pero no fue así. Otra vez un apreciable recurso cultural del pueblo se evaporaba y no se hizo nada por salvarlo de, esta vez sí, su quema definitiva.
El mismo día que me enteré que el Ayuntamiento había dejado el arrendamiento del Cine España hablé con varios amigos para organizar una Peña o Asociación para entre todos pagar el ridículo alquiler de quince mil pesetas mensuales, 100 euros de ahora, y una vez resuelto esto me fui directo a la casa de la Lola la del Teatro, hija de los entrañabes Paco e Isabel, pero la casualidad quiso que justo el día antes se realizara la venta del Cine España. Recuerdo que intenté recuperar, al menos, aquel impresionante proyector de 35 mm., pero la venta del Cine España incluyó todo su contenido. Entonces fui a hablar con su nuevo dueño para salvar esa máquina de los sueños, pero tampoco fue posible. Al final, creo, se vendió como hierro “al peso”.
Veinte años después ya se sabe, seguimos lamentando, entre tantas otras cosas, la pérdida de aquél reducto de memoria en blanco y negro de aquel único y mágico lugar que durante más de medio siglo llenó de pasión y vida las vidas de nuestros mayores, también la de muchos de nosotros. El Cine España, el cine de nuestras vidas.
Antonio Caba/Octubre 2013