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Andalucía es nombre de mujer. Por María Martín Romero

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Desde los inicios de la raza humana hasta hoy la lucha de género ha sido una de las principales batallas de la Historia. La dominación de un género sobre otro impera desde que el mundo es mundo.
Andalucía, la gran madre ibérica, la tierra que ha adoptado todas las culturas antiguas y modernas, haciendo un crisol de ellas y macerándolas al sol de la sabiduría y la dignidad.
Igual que su tierra es la mujer andaluza: fuerte, valiente, creadora de vida y de genialidad. Y siempre en la sombra. A eso nos ha sometido el patriarcado. La mujer, no es una persona sino una propiedad del padre, del marido o del amo.
Imagino el día a día de una mujer humilde en la Andalucía íbera, romana, griega, fenicia, visigoda, andalusí o cristiana: trabajo desde el amanecer, en la casa, en el campo, con los niños, con los ancianos, con el marido, sin ningún tipo de derechos, callada con la servidumbre tatuada en la frente y el único fin de complacer al hombre que la esclaviza. Y aún así, feliz en su propia jaula. Maltratada, vejada, violada y humillada al antojo de cualquier hombre, y arrojada a la calle cuando no fuese útil. Y siempre, con la cabeza bien alta.

 

Las mujeres andaluzas han trabajado hasta la extenuación, siempre en la sombra, soportando la carga de ser el pilar de una sociedad que las escondía para los brillos y laureles, pero que no hubiese existido sin la callada y sumisa labor de ellas.


La gran revolución del siglo XX ha sido la de la mujer. Que la mitad de la Humanidad se revele y exija sus derechos como persona, miles de años después del nacimiento de la civilización, no es algo para obviar.
La independencia económica de la mujer moviliza como un efecto dominó otras independencias como la afectiva, la social o la política. Y ya no puede haber marcha atrás, la mariposa no puede volver a ser gusano.
Las mujeres andaluzas han trabajado hasta la extenuación, siempre en la sombra, soportando la carga de ser el pilar de una sociedad que las escondía para los brillos y laureles, pero que no hubiese existido sin la callada y sumisa labor de ellas.
Una sociedad donde, por supuesto, también en la iglesia católica, había (y hay) división entre mujeres y hombres y donde la falsa moral tradicionalista era la doctrina donde la sociedad educaba a sus hijas. Cuando la esclava no se siente tal porque los dogmas de fe y las doctrinas religiosas y patriarcales lo marcan es imposible rebelarse ya que no existe conciencia de opresión.
Ejemplo del sometimiento y de la vejación histórica, sucede tras la conquista de Granada por los Reyes Católicos, las casas moriscas del Albayzín debían permanecer con la puerta abierta para que la guardia cristiana impidiese la práctica de la religión autóctona, argumento terrible para que las  violaciones de mujeres se convirtiesen en norma.
Esa ha sido la historia de nuestro género: mujeres oprimidas por el patriarcado, por la religión, por el capitalismo, por las propias mujeres. Las pocas mujeres privilegiadas, las de los ricos y nobles, sólo podían aspirar a casarse aún niñas en matrimonios de conveniencia o a tomar los hábitos.
El servilismo ha sido el eje que ha movido a la mujer a lo largo de la historia.
Ahora, en pleno siglo XXI, nos planteamos cuál es nuestro papel. Primero la conciencia de mujer libre. Luego la participación en el cambio social decisivo para ocupar nuestro lugar, un espacio que siempre debió existir, pero no se sabe quién, ni cuándo, ni cómo lo impidió.
Las mujeres hemos sido y somos imprescindibles en nuestra Andalucía, y sólo a través de la coeducación y de la inversión en políticas de igualdad podremos recuperar nuestro lugar, a pesar, incluso, de las propuestas legislativas del PP que intentan situarnos otra vez en el escaparate de los objetos. Está en nuestra mano impedirlo.


María Martín Romero
Cantante de "La Marea", maestra y luchadora por los derechos de las mujeres

 

Que nuestra habilidad sea crear leyendas a partir de la disposición de las estrellas,
pero que nuestra gloria sea olvidar las leyendas y contemplar la noche limpiamente.

Leonard Cohen