www.revistalalaguna.com

La tierra baldía, de T.S. Eliot

Imprimir Email

La tierra baldía. T.S. Eliot.
Editorial Lumen.
Traducción de Andreu Jaume

"¿Cuáles son las raíces que agarran,
qué ramas crecen, en esta basura pétrea?.
Hijo del hombre, no puedes saberlo ni imaginarlo,
pues conoces solo un montón de imágenes rotas”.


Coincidiendo con el 50 aniversario del fallecimiento del poeta (1888-1965), acaba de publicarse en España una nueva traducción de “La tierra baldía” (1922) realizada por Andreu Jaume (Palma, 1977).
Escrito durante una crisis personal que lo llevó a padecer un episodio depresivo muy grave, los quinientos versos que forman el poema se estructuran en cinco partes; su amigo Ezra Pound fue el encargado de corregirlo antes de su publicación.
La edición de Lumen se completa con una nueva traducción de “Prufrock”, el primer libro que publicó Eliot.
Considerada por derecho propio como una de las obras más importantes de la literatura contemporánea, Jaume asegura en el prólogo de esta edición que “esta obra ha llegado a encarnar no sólo una imagen devastada de su tiempo, sino también una teoría de la tradición exhausta, a la vez que ha propuesto un paradigma de complejidad, oracular e intimidante, donde genera una especie de ansiedad interpretativa por donde han transitado todas las escuelas críticas, desde el formalismo y el estructuralismo hasta el psicoanálisis y el feminismo".

 

 

Aunque T.S. Eliot se encuentre en el olimpo literario gracias a su magnífica obra, también fue un destacado crítico (desde su propia revista “Criterion”) y un editor con buen olfato -casi siempre- para descubrir a los nuevos talentos. Desde su puesto de director del consejo editorial en Faber & Faber, publicó las obras de escritores y poetas de la talla de W.H. Auden, Djuna Barnes, Wallace Stevens o el mismísimo James Joyce. No tuvo tanta suerte Georges Orwell, ya que “el Papa de Russell Square” (como fue conocido el pulcro editor Eliot) le devolvió el manuscrito de “Rebelión en la granja”, indicándole que “sus cerdos eran demasiado inteligentes”.
A la vanguardia de los poetas de su generación, la obra de Eliot constituye hoy día un espejo limpio donde el hombre del nuevo siglo mire de frente su destino en “la hora violeta”.

 

En la hora violeta, cuando los ojos y la espalda
se levantan de la mesa, cuando el motor humano aguarda
como un taxi resollando en espera,
yo, Tiresias, aunque ciego, resollando entre dos vidas,
viejo con arrugados pechos de mujer, puedo ver
en la hora violeta, la hora del atardecer que se afana
hacia casa, y a casa devuelve del mar al marinero,
a casa la secretaria para el té, que prepara el desayuno, enciende
el fogón y saca comida en conserva.
En la ventana se tienden peligrosas
sus combinaciones, secándose con el último sol,
se apilan en el diván (cama, de noche)
medias, zapatillas, camisas y sujetadores.
Yo, Tiresias, viejo de arrugadas tetas,
contemplé la escena, y predije el resto
-aguardaba también al huésped anunciado.

Fragmento de "El sermón del fuego". La tierra baldía.


 

Que nuestra habilidad sea crear leyendas a partir de la disposición de las estrellas,
pero que nuestra gloria sea olvidar las leyendas y contemplar la noche limpiamente.

Leonard Cohen