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la amable mediación de Kareno, de Brand, de Rosmer o
bien de Hamlet, príncipe de Dinamarca.
¡Pero todavía! Este comportamiento fingido procura al
espectador un placer perfectamente verdadero.
Después de Los amaneceres, de Verhaeren, se siente un
héroe.
Después de El príncipe constante, de Calderón, siente
que la aureola del mártir nimba su cabeza.
Después de Intriga y amor, jadea por la generosidad
vivida y por la piedad hacia sí mismo.
Hacia la plaza Trubnaia (a menos que no fuera en las
Puertas Sretenski) me asaltaba la fiebre.
¡Qué espantoso descubrimiento!
¡Qué horrible mecánica se disimula en el arte
sacrosanto al que yo sirvo!
No es solamente la mentira. No es solamente la estafa.
Es el veneno. Un veneno terrible, espantoso.
Pues, en fin, cuando se está en condiciones de pro-
curarse ficticiamente el placer ¿quién, pues, se atreverá a
buscar en una realización efectiva lo que puede obtener
sin desembolsar casi nada, sin moverse de una butaca
de teatro, de la que se levanta con el sentimiento del
placer absoluto?
Así, decía Pushkin, meditaba un joven pazguato...
De la calle Miasnitskia a las Puertas Pokrovski —he
recorrido casi todos los grandes bulevares a pie— el
panorama se convierte en una pesadilla.
No olvidemos que el autor tenía veintidos años.
Y que la juventud inclina hacia la hipérbole.
¡Hay que destruir esto!
¡Aniquilarlo!
No sé si los mismos recuerdos caballerescos o las
mismas consideraciones insuficientemente maduras
eran la causa, pero un generoso apetito de asesinato,
digno de Raskolnikov, me bailaba por la cabeza.
De todas partes surgía el mismo grito de caza contra el
arte: supresión del «figurativo», su síntoma, por el
documento bruto; de su materia por la ausencia de
tema; de sus leyes por la construcción, de su misma
existencia, por una reproducción concreta y real de la
vida, sin el truco de las ficciones y de las fábulas.
El LEF (Abreviación de Levy Front Iskusstva (Frente
Izquierdista del Arte, agrupación vanguardista de
escritores y de artistas 1923—1930) reúne los tempera-
mentos más diversos, las culturas más dispares, las
razones de actuar más opuestas, en un programa común
de guerra al arte.
Pero un muchacho que ni siquiera ha encontrado
todavía sitio en el tope del gran expreso del arte ¿qué
puede hacer, por fuerte que su voz de falsete que muda
se desgañite contra el arte, institución social consagrada
por los siglos?
Una idea me vino a la mente.
Primero, dominar. Después, destruir.
Aprender los secretos del arte. Quitarle todos sus velos.
Dominarlo. Convertirse en un maestro.
¡Después arrancar la máscara, desnudar, demoler!
Comienza una nueva fase en nuestras relaciones: el
asesino flirtea con la víctima.
Se insinúa en su confianza. La observa, la estudia.
Como un criminal, espía su empleo del tiempo.
Estudia sus idas y venidas cotidianas.
Registra sus costumbres.
Los lugares en los que se detiene.
Las visitas que hace.
Le dirige finalmente la palabra.
Se relaciona con ella.
Incluso entra un poco en su intimidad.
Y, para no dejarse arrastrar por esta intimidad, porque
el frío del cuchillo le conserva la cabeza fría, acaricia a
escondidas la hoja de su estilete...
El arte y yo, así dábamos vueltas el uno alrededor del
otro.
Él, arropándome, ahogándome en la profusión de sus
encantos.
Yo, acariciando a hurtadillas mi puñal.
Un puñal formado por el escalpelo del análisis.
Al observar de más cerca, «esperando el último acto»,
para «el período transitorio», veo que la diosa
destronada puede servir a «la causa común».
Llevar una diadema, no la merece.
Pero ¿por qué no le harían fregar los suelos?
Pues, en fin, el poder del arte es un don de hecho.
Y el joven Estado de proletarios, para cumplir sus tareas
inmediatas, jamás tendrá demasiado poder sobre los
espíritus y sobre los corazones.
He estudiado matemáticas.
Para nada, sin duda. (Que las matemáticas más tarde
debieran servirme es cosa que en aquel tiempo no
suponía.)
He penetrado en los jeroglíficos japoneses. ¿Para nada
también?
(Entonces no veía su utilidad. Que existieran diversos
sistemas de pensamiento, ya me había dado cuenta,
pero sin imaginarme que un día debiera serme de gran
utilidad.)
Profundicemos aún y estudiemos el método del arte.
Aquí se sabe por lo menos que la investigación puede
ser de una utilidad inmediata.
Abramos de nuevo libros y cuadernos... Análisis de
laboratorio... Diagramas... Tablas de Mendeleiev, leyes
de Gay-Lussac y de Mariotte... Llevemos todo esto al
terreno del arte...
Pero no se puede prever todo.
El joven ingeniero se pone al trabajo.
Y la cabeza le da vueltas.
En el curso de esta maniobra teórica de aproximación
para sacar a la luz lo que la teoría del arte, este cono-