HARPER
LEE
EL INESPERADO REGRESO DE
arper Lee (Monroeville, Alabama. 1926),
autora de“Matar un ruiseñor”, una de
las novelas más destacadas de la litera-
tura estadounidense del siglo XX, publi-
cará en julio, tras 50 años de silencio,
“Go Set a Watchman”, su segunda novela, secuela de la
anterior.
El origen de “Matar un ruiseñor”, según la propia
Lee, se debió al interés que despertó en su editor la his-
toria de la Scout Finch adulta que aparece en “Go Set a
Watchman”, quien sugirió a la autora la idea de escribir
una novela sobre el despertar a la vida de la joven Scout.
Fue tal el éxito de “Matar a un ruiseñor” (con más
de 40 millones de ejemplares vendidos en todo el
mundo) que el manuscrito de “Go Set a Watch-
man” permaneció olvidado en un cajón hasta que
el pasado otoño -para sorpresa de la propia au-
tora- fue encontrado por su abogada Tonja Carter.
La historia de “Go Set a Watchman” está ambientada
en los años 50; Scout Finch, que ya cuenta con 30 años
de edad, vive en Nueva York. Durante un periodo de
descanso regresa a Maycomb para visitar a su padre,
Atticus Finch.
Muchos de los personajes que protagonizaron
los sucesos vividos por Scout junto a su amigo
Dill, su hermano Jem y Atticus, vuelven a aparecer
en “Ve, aposta a un centinela”, título que parece
tendrá el libro en su traducción al castellano.
A pesar de las dudas acerca de la utenticidad
de la novela que se ha suscitado en los medios
estadounidenses -principalmente por el delicado es-
tado de salud de la autora-, siempre es un buen mo-
mento para volver a visitar el imaginario condado de
Maycomb, disfrutar de las andanzas de sus protago-
nistas y emocionarnos con la educación basada en la
integridad moral, la ternura y el cariño a los hijos de
Atticus Finch, uno de los más insignes ejemplos de
humanismo que han pasado por las páginas de un
libro o por la pantalla de cine (inolvidable la inter-
pretación de Gregory Peck en la versión cinematográ-
fica que en 1962 dirigió por Robert Mulligan).
En estos tiempos de farsantes, salvapatrias y
mediocres, ¡Cuán necesario sería un Atticus Finch
en las plazas y los despachos de cada uno de nuestros
Maycomb!.
Fragmentos de “Matar un ruiseñor”
–Scout –dijo Atticus–, cuando llegue el verano ten-
drás que conservar la calma ante cosas mucho peo-
res... No es equitativo para ti y para Jem, lo sé, pero a
veces hemos de tomar las cosas del mejor modo posi-
ble, y del modo que nos comportemos cuando estén
en juego las apuestas... Bien, todo lo que puedo decir
es que cuando tú y Jem seáis mayores, quizá volveréis,
la vista hacía esta época con cierta compasión y con
el convencimiento de que no os traicioné. Este caso,
el caso de Tom Robinson, es algo que entra hasta la
esencia misma de la conciencia de un hombre...
–Si tú hubieses formado parte de aquel Jurado, hijo,
y contigo otros once muchachos como tú, Tom sería
un hombre libre –dijo Atticus–. Hasta el momento,
no ha habido nada en tu vida que interfiriese el pro-
ceso de razonamiento. Aquellos hombres, del Jurado
de Tom, eran doce personas razonables en su vida co-
tidiana, pero ya viste que algo se interponía entre ellos
y la razón. Viste lo mismo aquella noche delante de
la cárcel. Cuando el grupo se marchó, no se fueron
como hombres razonables, se fueron porque nosotros
estábamos allí. Hay algo en nuestro mundo que hace
que los hombres pierdan la cabeza; no sabrían ser ra-
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Harper Lee y Mary Badham (Scout Finch) en el rodaje de la película
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