Página 42 - Revista la Laguna 4

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Circo (2009)
en lugares distintos, aunque la Feria reclamaba y
reclama aún hoy la atención de variadas ofertas de
divertimento y variopintos tipos de productos para
vender y de oficios artesanos con el “taller móvil”
desplazado, maestros y aprendices incluidos, todo
directamente visible: cacharreros, cuchareros, cal-
dereros, ebanistas, torneros, cesteros, navajeros,....
turroneros, arrieros sedentarios por unos días... y
atracciones “mecánicas” (¡como en el Corpus de Gra-
nada!) y todo ello en medio de permanentes y con-
densadas nubes de polvo causadas por el gentío y la
algarabía de la Feria en los pisoteados terrenos de
barbecho, a disposición cada año de esta tradicional
manifestación cultural, sociocultural y, por derecho,
comercial.
El ferial se llenaba y se llena de tenderetes. Unos,
ubicados estratégicamente, eran simples chiringuitos
montados para la ocasión en los que se vendían be-
bidas y algunas tapas especialmente de sardinas asa-
das, también tortillas de patatas, torreznillos, tajadas
de chorizo y de morcilla asadas, bacalao rebozado al
que puede que intencionadamente el ocasional tab-
ernero entonces, barman ahora, no había hecho de-
masiado por quitarle el grado de salinidad original, de
manera que el consumidor tuviera que ayudarse de
cuanto más vino peleón mejor para poder pasarlas,
porque la cerveza no estaba lo generalizada que lo está
hoy y desde luego restringida a un tipo de público que
socialmente gozaba, pudiera decirse, de mayor con-
sideración.
En otros de estos puestos de venta eventuales
se ofrecía de todo, desde aperos para el ganado o
para conducirlo y de útiles para que el personal
paseara por la zona sin desentonar del conjunto, como
cencerros, varas de fresno, boinas y garrotas entre
otros, hasta los más diversos trastos viejos; también
melones de las paradisíacas huertas del terreno.
No faltaban tampoco anónimos ambulantes como
aquellos viejetes que hasta hace muy poco nos visi-
taban y que voceaban el “Calendario zaragozano” y
vendían piedras de mechero “como de aquí a Cádiz”…
y aquel que nos vendía camarones salados en un cu-
curucho de papel de estraza y que hoy los que casi pei-
namos canas tan emotivamente recordamos. Y tantos
más, pero sobre todo había una figura, la del “charla-
tán”, que esa sí que no faltaba nunca. A la Feria solían
venir siempre los mismos. Se conoce que se les daba
bien, igual que ahora. Puede que hubiera pacto entre
ellos y se repartieran las ferias. Era un oficio de hom-
bres el de charlatán, pero hubo en la Feria de Íllora
una mujer muy popular y asidua a este evento agroga-
nadero, sin duda muy conocida por ser habitual y por
los acreditados dotes de persuasión con que ejercía su
trabajo. Se la conocía con el apodo de La maña, tenía
un genio fuerte, era vehemente y además “rajaba hasta
por los codos”, condición esta última indispensable
para ejercer el oficio de charlatana.
Hubo otro personaje muy popular y también
asidua de la Feria de Íllora, que transportaba los más
diversos artículos: desde cuchillas de afeitar, a veinte
céntimos la unidad, cuya calidad aseguraba estar fuera
de toda duda por el simple hecho de masticarlas in-
troducidas en el estuche de papel y espolvorear a con-
tinuación los mil pedacitos resultantes, hasta carteras
de bolsillo de “piel de tomate viudo”, a cinco pesetas,
con una separación específica en la que el carné de
identidad, de reciente implantación, estuviera prote-
gido contra el deterioro.
Peines y bolígrafos que acababan de aparecer en el
mercado, pañuelos para el cuello..., en fin, un amplio
muestrario que en definitiva no eran más que barati-
jas, pero que tenían una aceptación indudable en sec-
tores amplios de la población, como los bazares orien-
tales de hoy. Vamos, que los menos informados, que
se diría hoy, eran el terreno abonado para el trabajo de
estos singulares personajes, un elemento indisoluble-
mente asociado a aquellas ferias de ganados que por
imperativo de la modernidad, no han conocido las
generaciones jóvenes.
Sobre personajes y curiosidades de este tipo sería
interminable el dossier que podría presentarse. Claro
está que hoy no nos visitan cacharreros ni artesanos
de antaño y tampoco, afortunadamente, colas inter-
minables de zarrapastrosos, aunque, por si acaso, to-
quemos madera... Hoy son mayoría los vendedores
ambulantes los de origen ecuatoriano y sudameri-
cano en general, aunque los turroneros, las casetas
de tiro, los nuevos artesanos del hierro y la forja, la
miniatura, el barro, etc. mantienen su sitio y su es-
plendor comercial. También hoy se venden cacharros
del hogar, sobre todo de la cocina, pero de acero in-
oxidable y materiales impensables hace tan solo unas
décadas.
Lo verdaderamente extraordinario es que aun hoy, a
pesar de los avances sociales y de desarrollo logra-
dos, se percibe durante los días de la Feria de Íllora ese
espíritu comercial y popular de antiguamente, sobre
todo el meramente festivo y de encuentro entre ami-
gos y familiares. Toda ha cambiado, absolutamente
todo, pero el alma de la Feria pervive y es fácil com-
probarlo.
De la inevitable e imprescindible revitalización y ac-
tualización de objetivos y contenidos de la Feria de
Ganado de Íllora hablaremos otro día, también de la
necesaria y, a nuestro juicio, prioritaria creación de un
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