de suerte y la ayuda de Dios he llegado donde
he llegado.
Andalucía esta llenísima de infinitos tópi-
cos, pero casi ninguno habla de nuestra ca-
pacidad de trabajo.
En Andalucía nos gusta más fijarnos en otro
tipo de valores, lo cual no quiere decir que la ca-
pacidad de trabajo de los andaluces no sea algo
a resaltar; a la vista está que, por ejemplo, en
Cataluña uno de los grupos de trabajadores más
demandados en los últimos años han sido la
gente de esta tierra, porque tenían capacidad de
iniciativa y tenían capacidad de esforzarse. Sin
embargo, aquí nos hace gracia el que es capaz
de llegar arriba sin esforzarse, nos llama la aten-
ción el que es capaz de llegar arriba pegando un
pelotazo. Ese valor que seguimos transmitiendo
a los niños es muy peligroso, sobre todo, ahora.
Después de que has permanecido en dos
de las ciudades más importantes de España
como son Madrid y Barcelona, ¿hay mucho
cambio de forma de trabajar con respecto a
Andalucía?
A efectos del trabajo diario, no. Yo traba-
jaba igual de bien y con los mismos incentivos
tanto en una universidad catalana como era la
Pompeu Fabra, como en la que estoy ahora mis-
mo, en la Pablo de Olavide de Sevilla; lo único
que quizás es distinto es el reconocimiento al
que se esfuerza, el reconocimiento al que es ca-
paz de conseguir buenos resultados.
En Cataluña tienen muy claro el recono-
cimiento y unas reglas objetivas, no subjetivas
-eso es muy importante- para valorar al que
se esfuerza y darle un entorno adecuado. Aquí
muchas veces los premios están repartidos de
una manera un poco subjetiva y eso hace que se
desanimen los buenos.
¿Por qué entonces ese enorme complejo an-
daluz de que no sabemos, de que no somos
capaces?
Creo que todo esto tiene un origen claro, y es
el bajo nivel educativo medio de la población.
Si el nivel medio educativo de la población an-
daluza fuera dos o tres años de media más de lo