esde los inicios de la raza humana hasta
hoy la lucha de género ha sido una de
las principales batallas de la Historia.
La dominación de un género sobre otro
impera desde que el mundo es mundo.
Andalucía, la gran madre ibérica, la tierra que ha
adoptado todas las culturas antiguas y modernas,
haciendo un crisol de ellas y macerándolas al sol de la
sabiduría y la dignidad.
Igual que su tierra es la mujer andaluza: fuerte,
valiente, creadora de vida y de genialidad. Y siempre
en la sombra. A eso nos ha sometido el patriarcado.
La mujer, no es una persona sino una propiedad del
padre, del marido o del amo.
Imagino el día a día de una mujer humilde en la
Andalucía íbera, romana, griega, fenicia, visigoda,
andalusí o cristiana: trabajo desde el amanecer, en
la casa, en el campo, con los niños, con los ancianos,
con el marido, sin ningún tipo de derechos, callada
con la servidumbre tatuada en la frente y el único fin
de complacer al hombre que la esclaviza. Y aún así,
feliz en su propia jaula. Maltratada, vejada, violada y
humillada al antojo de cualquier hombre, y arrojada a
la calle cuando no fuese útil. Y siempre, con la cabeza
bien alta.
La gran revolución del siglo XX ha sido la de la
mujer. Que la mitad de la Humanidad se revele y exija
sus derechos como persona, miles de años después del
nacimiento de la civilización, no es algo para obviar.
La independencia económica de la mujer moviliza
como un efecto dominó otras independencias como
la afectiva, la social o la política. Y ya no puede haber
marcha atrás, la mariposa no puede volver a ser gu-
sano.
Las mujeres andaluzas han trabajado hasta la
extenuación, siempre en la sombra, soportando la
carga de ser el pilar de una sociedad que las escondía
para los brillos y laureles,pero que no hubiese existido
sin la callada y sumisa labor de ellas.
Una sociedad donde, por supuesto, también en la
iglesia católica, había (y hay) división entre mujeres
y hombres y donde la falsa moral tradicionalista era
la doctrina donde la sociedad educaba a sus hijas.
Cuando la esclava no se siente tal porque los dogmas
de fe y las doctrinas religiosas y patriarcales lo marcan
es imposible rebelarse ya que no existe conciencia de
opresión.
Ejemplo del sometimiento y de la vejación históri-
ca, sucede tras la conquista de Granada por los
Reyes Católicos, las casas moriscas del Albayzín de-
bían permanecer con la puerta abierta para que la
guardia cristiana impidiese la práctica de la religión
autóctona, argumento terrible para que las violaciones
de mujeres se convirtiesen en norma.
Esa ha sido la historia de nuestro género: mujeres
oprimidas por el patriarcado, por la religión, por
el capitalismo, por las propias mujeres. Las pocas
mujeres privilegiadas, las de los ricos y nobles, sólo
podían aspirar a casarse aún niñas en matrimonios de
conveniencia o a tomar los hábitos.
El servilismo ha sido el eje que ha movido a la mujer
a lo largo de la historia.
Ahora, en pleno siglo XXI, nos planteamos cuál es
nuestro papel. Primero la conciencia de mujer libre.
Luego la participación en el cambio social decisivo
para ocupar nuestro lugar, un espacio que siempre
debió existir, pero no se sabe quién, ni cuándo, ni
cómo lo impidió.
Las mujeres hemos sido y somos imprescindibles en
nuestra Andalucía, y sólo a través de la coeducación
y de la inversión en políticas de igualdad podremos
recuperar nuestro lugar, a pesar, incluso, de las pro-
puestas legislativas del PP que intentan situarnos otra
vez en el escaparate de los objetos. Está en nuestra
mano impedirlo.
María Martín Romero
Cantante de “La Marea”, maestra y luchadora por
los derechos de las mujeres
ANDALUCÍA ES NOMBRE
D
Las mujeres andaluzas han trabajado hasta la ex-
tenuación, siempre en la sombra, soportando la
carga de ser el pilar de una sociedad que las es-
condía para los brillos y laureles, pero que no
hubiese existido sin la callada y sumisa labor de ellas.
MARÍA MARTÍN ROMERO
DE MUJER