En los primeros años de la década de los ochenta, un jovenzuelo con pocas luces pasaba las horas procurando sacar
algún sonido decente a un saxo tenor. Una noche, a eso de las 12, escuchó en el canal UHF cómo un tipo soplaba el
mismo instrumento que él tenía en su habitación. Aquel sonido que salía por los orificios del desconchado instrumento
poco tenían que ver con los intentos del chaval por ejecutar una interpretación medio decente de “En er mundo” o “El
gato montés”.
Impactado por el descubrimiento, desde ese día no faltó a su cita con “Jazz entre amigos”. Un presentador tranquilo,
de voz cálida y pitillo encendido, transmitía “verdad”, y de su mano conoció a Lester Young, Dexter Gordon, Louis
Armstrong o Bilie Holliday.
Una noche de invierno, con el programa ya empezado, el aprendiz de saxofonista empezó a sentir un poco de mareo.
Algo confuso se levantó para ir a la cocina a beber un poco de agua, pero súbitamente cayó en el primer peldaño
de la escalera. Al oír el estruendo, su padre -que ya dormía- se levantó y pudo comprobar lo que había ocurrido: el
brasero de picón y pobreza que había debajo de la mesa-camilla había hecho una mala combustión, dejando el pequeño
comedor vacío de oxígeno. El chaval todavía hoy se emociona recordando el estremecimiento del padre por atender de
inmediato a su familia (cuánto lo quiere y cómo lo echa de menos).
Del resultado de aquel suceso le quedó al muchacho un diente roto (que hoy aún conserva como recuerdo de ese día),
su amor ya eterno por el Jazz y el agradecimiento inmenso al responsable de que permaneciera despierto aquella noche.
Gracias, Juan Claudio Cifuentes.