Y sobre la tierra que pedimos cada febrero y
bajo el sol andaluz, hombres y mujeres. Quienes,
cuando estamos aquí, somos esa gente tan vaga
que ha levantado con sus manos desnudas las
regiones más prósperas del mundo. Quienes
nos avergonzamos de nuestro acento, o nos
resignamos a las risas y las sonrisas, al cómo no
vas a saber un chiste si eres andaluza, a ver en la
televisión que pagamos más chistes, y más ferias
y más caballos y más ozú y más miarma. Y ole.
Desde la distancia se puede ver que tenemos
mucho más en común con los pueblos origi-
narios americanos ocupados, expoliados y
después etiquetados como subdesarrollados
que con quienes nos definen, nos critican, nos
señalan con el dedo, se ríen y luego vienen aquí
de vacaciones para volver con la espalda que-
mada y la nariz arrugada a decir de lejos todo lo
que seguimos haciendo mal por no ser como allí
son. Por eso detesto tener que apelar como suele
hacerse a nuestro tradicional peso histórico,
nuestra historia y nuestra cultura ancestrales
en la que cada pueblo extraño que llegaba se
quedaba, nos tomaba como propia, nos explota-
ba a su merced y salía solo cuando no quedaba
nada útil o lo expulsaba el siguiente explotador.
Es el mes de Andalucía, Blas Infante, padre
de la patria andaluza; muerto. La Andalucía
que para la Humanidad es sinónimo de —que
no marca— España. La de la cultura, la de la
Alhambra, la de Lorca. La que ha sabido reírse
de su muerte y de sus muertos y hacer de ella
una forma de vivir la vida, de aferrarse a ella y
celebrarla. Aunque para España seamos la del
chiste, la de las fiestas, la que sirve para los chas-
carrillos, como sinónimo de “chachas” y “seño-
ritos”, de incultura.
Tenemos que decidir qué mirada nos define
o crear esa nueva mirada. Tenemos que dejar
de pedir y esperar. No habrá clase política que
resuelva nuestros problemas si no empezamos
ya, ahora. Hacer y no esperar. Lo sé porque soy
mujer y he tenido que aprender a definirme por
encima de los silencios de la Historia escrita por
otros. Porque soy mujer y he tenido que apren-
der a nombrarme por encima de una lengua que
me esconde, me niega y me ignora. Porque he
tenido que reconstruirme para dejar de creer
que soy la sirvienta natural de otros, el cuerpo
en el que se reproduce otro, la depositaria del
honor ajeno. Porque nunca me han reconocido
un derecho solo por pedirlo o por el devenir
del tiempo. Porque desde mi diversidad y mi
diferencia exijo que se me trate como a igual,
sin complejos heredados. Necesitamos pensar
Andalucía. Pensarnos como andaluzas, como
andaluces. Pensar en otra Andalucía. Dejar de
pedir y empezar a construirla. Libre y nuestra.
Maria Martin Barranco.
Licenciada en Derecho.
Máster en intervención social con perspectiva
de género.
Andalucía, que en su himno habla de siglos de guerras, perdidas
casi todas. Andalucía, construida sobre la ilusión de una homoge-
neidad inexistente e imposible. Andalucía, más imaginada que real.
Más estereotipo que realidad. Una Andalucía inventada, unificada
a la fuerza, tan alejada entre el Este y el Oeste y tan cainita como
las dos Españas.
53