Página 44 - Revista la Laguna - 3-Andalucia

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ANDALUCÍA
“No sé si las cuchillas pueden producir efectos sobre las
personas. Habrá que mirarlo.” (Mariano Rajoy cuando le
preguntaron en un programa de radio por las cuchillas de
la valla de Melilla). ¿Es la respuesta de un oligofrénico a
una pregunta de candente actualidad? No, es la respuesta
de todo un Sr. Presidente del gobierno.
¿Y por qué no poner un nido de ametralladoras para
evitar que las hordas de bárbaros asalten por la fuerza el
sagrado imperio?. Cuando hoy se alzan tremendas barre-
ras a los desheredados, cuando en otros lugares se les deja
morir ahogados pienso en nuestra tierra hospitalaria, cri-
sol de culturas, que durante cientos de años, miles, ha visto
pasar y ha acogido a fenicios y griegos, romanos y cart-
agineses, godos y árabes, judíos, musulmanes y cristianos y
me siento orgulloso de ser andaluz.
Hijo de andaluces que emigraron a Cataluña, Alemania
o a Francia como mi padre tantos años temporero en la
recogida de la vendimia, la manzana o la fresa. Huyendo de
la miseria de una tierra secularmente tan rica, tan atractiva
para todos esos pueblos y, sin embargo, empobrecida por
años de guerra, de injusticia y opresión. Era una Andalucía
sin fronteras, como antes, como siempre, pero que en esos
años expulsaba a sus hijos –mala madre- sin futuro. Una
tierra vasta y fértil pero mal repartida. (*)
Su himno pide “tierra y libertad” para una Andalucía más
libre y para España y la Humanidad. ¿Pero cómo queremos
devolver el alma a los hombres, a todos, si tratamos a algu-
nos como malas bestias?
Esos “que no son como nosotros”, “que nos quitan
el trabajo”, “que vienen a delinquir”; esos “que vienen a
aprovecharse”, “que se vayan, no los queremos” omejor “que
no vengan”. Poned barreras cada vez más altas y encima
de ellas cuchillas más afiladas. (Que los negros se dejen la
piel en su huida del hambre o de la persecución política no
nos incumbe).
Pero no olvidéis una cosa: mientras que la justicia y el
bienestar no se universalicen, mientras que no se sienten
las bases de una sociedad mundial justa e igualitaria donde
miles de personas no mueran al día de hambre y de sed
Por lo que pinta, uno deduce que Manolo Mor-
gado es buena persona: hay que serlo para poner
nobleza, dignidad y propiedad en todas y cada una
de las figuras que pueblan su abigarrado mundo.
Cabría esperarlas en sus toreros y cantaores: la
tradiciónquiere que veamos en ellos ciertas virtudes
arquetípicas de la raza. Pero esa especie de austeri-
dad sufrida, reconcentrada, que Morgado pone en
toreros y flamencos, la encontramos también en los
personajes que toma de la calle o sorprende en la
intimidad de sus casas o en el ambiente semi-
privado de un bar. Es un mundo doliente, ma non
troppo. Un mundo de hombres y mujeres, dentro
de lo que cabe, resignadamente felices. Felicidad
abierta, descarada, irreflexiva, sólo encuentro en el
viajero que corre con su maleta por un andén, al
llamado de ese “viajeros al tren” que ya no se oye
en las estaciones, pero que seguimos oyendo en
nuestra memoria sentimental cada vez que que-
remos equiparar cualquiera de nuestros viajes ruti-
narios con el arquetipo del Viaje, la incursión en lo
desconocido, la promesa de una vida nueva. Pero
los personajes de Morgado, en general, desconfían
de esos transportes caprichosos de la imaginación.
Saben que el tiempo es espeso como la pasta de la
que están hechos, y lo ven correr mientras apuran
su copa (en el bar o en casa) o se confunden con la
multitud. Hay en todos ellos, incluso en los bajitos
y feos, un prurito de estirarse, de sacar pecho y dig-
nidad, de llevar con elegancia sus chaquetas y som-
breros o, en el caso de las mujeres, de acomodar
sus cuerpos en la atmósfera con la seguridad de
quienes se saben vestidas por la luz y el aire y por
la mirada ajena. Porque Manolo Morgado es, sobre
todo, un mirón, un voyeur. Los mirones ven más
que los demás, atisban abismos de intimidad secre-
ta en el pliegue de una falda o en el hueco de un
escote, y hacen acopio de esas imágenes arrancadas
al azar con no se sabe qué intenciones. La grandeza
le llega al voyeur cuando aprende a dirigir esa mi-
rada indiscreta más allá de los pliegues de la ropa
o de los mundos privados de las personas que les
atraen, y la proyectan sobre la humanidad entera,
para descubrir en ella gestos, posturas y abandonos
que a los demás nos pasan desapercibidos. Y bien
está que así sea, porque sería demasiado oneroso
captar la terrible, avasalladora individualidad de
todos y cada uno de los seres que se cruzan con
nosotros. Ese cometido lo confiamos a la sabiduría,
y a la bondad, y al buen oficio, de hombres como
Manolo Morgado.
José Manuel Benítez Ariza
Poeta y escritor
Una tierra vasta y fértil pero mal repartida. Su himno
pide “tierra y libertad” para una Andalucía más libre
y para España y la Humanidad. ¿Pero cómo queremos
devolver el alma a los hombres, a todos, si tratamos a
algunos como malas bestias?