vida venían del empleo torrencial del odio volcado contra
sus espaldas, Porque, y éste, es otro rasgo distintivo de su
incógnita, la imagen de Chaplin es más rotunda que nunca
cuando da la espalda a la mirada de los demás. Engatusó
al mundo alejándose de él, ofreciéndole como rostro su
trasero. Después de miles de estudios que intentan aver-
iguar quien es, lo único que se sabe con certeza de Chaplin
es que nos da la espalda y se va a otra parte, no se sabe a
donde, dejándonos sin tierra bajo los pies. cualquier inteli-
gencia ajena que le sea rentable (y la de Chaplin es una de
las más produc-
tivas que se recu-
erdan) nunca llegó
a asimilar a este
individuo, y sus
tragaderas se cer-
raron de un porta-
zo ante las narices
de su talento,
hasta que logró
echarlo como a
un
delincuente
de su territorio.
Norteamérica, un
gigante
seguro
de sí mismo pero
con su talón de
Aquiles en carne
viva, estaba inca-
pacitada para aceptar como propio a un ciudadano ajeno a
cualquier norma establecida.
Nacido en la mugre londinense del ombligo del imperio
victoriano y crecido en la cumbre dorada del imperio suce-
sor de aquel donde nació, la navaja de Chaplin se afiló has-
ta límites hoy inimaginables en el arte de degollar la razón
de todo imperio, y esto creó a su alrededor una adoración
que al menor desliz se convertía en persecución a muerte.
Millones de sus admiradores de antaño, se convirtieron
en feroces fiscales durante los tormentosos días de su di-
vorcio de LITA GREY, en los que el actor (calumniado
hasta límites delirantes) envejeció diez años en diez días.
Su tercera mujer, PAULETTE GODDARD, tuvo que re-
nunciar a su pretensión de interpretar a SCARLETT
OHARA en LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ cuando
(en un solo día le llegaron a DAVID O’SELZNICK, pro-
ductor del film, decenas de miles de cartas e incontesta-
bles gritos de protesta de asociaciones patrióticas) el
país se negó a aceptar que la esposa del monstruo “en-
suciara” con su hermoso rostro un fetiche nacional.
¿ Por qué a un apóstol de la solidaridad humana se le
consideró desde el Poder, un perro apestado al que había
que meter entre rejas o exiliar al infierno? Como personaje
y como cineasta, Chaplin ha sido con frecuencia observado
por miopes que ignoran su miopía. En cuanto personaje,
se le ha considerado una especie de ternurista, cuando lo
cierto es que su humor es un algebraico sistema de repre-
sentación de la crueldad en sus formas más despiadadas.
Refugiado en la cáscara bondadosa del melodrama
dickensiano, puso dinamita bajo los cimientos de la
civilización de la que él era el techo. Su obra no niega
ningún sistema, y los niega todos. La dificultad para
identificarlo proviene de la imposibilidad de refutar su
rechazo del mundo, un rechazo integral y sin fisuras.
Si se repasan algunos mediometrajes como: VIDA DE
PERRO, LA CALLE DE LA PAZ, EL PEREGRINO y al-
gunos más, difícilmente podrá encontrarse en el arte con-
temporáneo un conocimiento más refinado de la represen-
tación de la maldad humana. El vagabundo sentimental
por excelencia, también se mueve como una anguila en
las aguas de la osadía, de la perversidad, de la zancadilla y
de la demolición. Es cierto que bajo su gusto por la senti-
mentalidad melodramática, heredado del mísero universo
lacrimógeno del Londres de DICKENS, hay en CHAPLIN
una furia oscura, ciega y destructiva. Pero es torpe re-
prochar su violencia a un cineasta que nació y creció en
el nacimiento y el crecimiento de la violencia específica-
mente contemporánea: la que se agazapa detrás de nuestra
civilización, considerada como el estado avanzado de la
barbarie. CHAPLIN no inventó la violencia: fue produc-
to de ella. Su condición subversiva hay que buscarla en la
circunstancia de que CHAPLIN niega nuestra civilización
en su raíz, su idea tal como nos la grabó en la memoria
esta nueva edad del hierro en que todavía deambulamos.
Eligió para morir un lugar sin lugar, un sitio neutral
y neutro, SUIZA. Pero ni siquiera allí pudo dormir en
paz. Murió, desenterraron su cadáver y sus despo-
jos hicieron, a hombros de traficantes de carroña, un
último viaje a ninguna parte. Ni bajo la tierra tuvo domi-
cilio propio este vagabundo enamorado que dio la espal-
da a todas las patrias, que se hizo dueño de la identidad
de este tiempo escondiendo la suya propia y haciendo de
este ocultamiento la evidencia de que los hombres de hoy
habitan un infierno anónimo, presuntuoso e inhabitable.
Juan Martín Camacho
Como personaje y como cineasta, Chaplin ha sido con
frecuencia observado por miopes que ignoran su miopía.
En cuanto personaje, se le ha considerado una especie
de ternurista, cuando lo cierto es que su humor es un
algebraico sistema de representación de la crueldad en sus
formas más despiadadas.