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Después de miles de estudios que intentan
averiguar quien es, lo único que se sabe con
certeza de Chaplin es que nos da la espalda y se
va a otra parte, no se sabe a donde, dejándonos
sin tierra bajo los pies.
HAPLIN y CHARLOT, persona y
personaje, han formado un enigma
indescifrable capaz de provocar una
dramática separación interior en el
mito más grande del arte contemporáneo. Algo
más de cien años nos separan del nacimiento
de CHARLES SPENCER CHAPLIN, el vaga-
bundo enamorado que dio las espaldas a todas
las patrias, el patético iconoclasta divertidor de
multitudes que desde la insignificancia llevó a
su criatura, CHARLOT, a ser el individuo más
universal del siglo XX”.
El día 2 de Enero de 1914, un payaso británico llamado
CHARLES SPENCER CHAPLIN se puso por primera vez
en su vida delante de una cámara de cine.
Había forjado su oficio en
una casa del 287 de Kennig-
ton Road, en un barrio mísero
y golfo del Londres imperial,
en la escuela de las aceras bar-
riobajeras y de los malolientes
teatrillos del music-hall; don-
de su madre (abandona-
da por su marido, actriz de
vodevil, imitadora inimitable,
alcohólica y finalmente de-
mente) se ganó más la muerte
que la vida e hizo debutar a su
hijo Charles cuando éste tenía
solo cinco años de edad.
En la génesis de CHAR-
LOT intervino un solo indi-
viduo, pero el personaje fue
construido con retales de im-
ágenes de infinidad de otros,
que se almacenaron en la me-
moria de CHAPLIN durante
sus años de mendigo de acera,
mientras dormía en solares y
descampados entre escombros
y basuras, y se alimentaba de los desperdicios que dejaban
sobre los adoquines de Covent Garden los carros de los
vendedores de hortalizas. El niño actor que un día llevó de
la mano a su madre loca a un manicomio, actuaba para las
gentes de paso y desplegaba ante ellos una insólita capaci-
dad para imitar todo cuanto veía. Así fue como Chaplin,
dotado de una memoria fotográfica ilimitada, pobló gota
a gota a su personaje con los rostros, los gestos y las com-
posturas de las multitudes que desfilaron ante su mirada de
niño hambriento.
Convertida su estrafalaria figura en caricatura íntima de
cada hombre, ninguno logró saber quien fue realmente
aquel indefinible individuo que se escapaba incluso del
continente de su creador. De esta manera, el siglo XX
adoptó como santo y seña de sí mismo una incógnita cer-
rada a cal y canto, el impenetrable misterio de una identi-
dad tan escurridiza que nadie, ni siquiera su dueño, logró
jamás descifrar.
Agente tan bondadosa comoBUSTERKEATON, que por
añadidura contrajo con CHAPLIN una impagable deuda
de gratitud a causa del destornillante número musical que
éste, en el peor momento de la carrera de Keaton, imaginó
para ambos en CANDILEJAS, se le ve el plumero cuando
evoca a su colega en estos
términos,
evidentemente
viperinos: “Los problemas
de CHAPLIN comenzaron
cuando empezó a tomarse
en serio a sí mismo. Los
críticos dijeron de él que era
un genio, cosa que yo sería
el último en negar, y a partir
de entonces el payaso divino
intentó comportarse, pensar
y hablar como un intelectu-
al”. Esto lo dice Keaton en su
autobiografía, libro que si se
lee completo dará al lector
idea de lo que pensaba de los
intelectuales: sencillamente
no los soportaba.
Se han cumplido más de
cien años del nacimiento del
ser humano más adorado,
pero también más odiado
y calumniado de un siglo
abarrotado de adoraciones
odios y calumnias. Otro
megalomaníaco, MARLON BRANDO, que se plegó a ac-
tuar al modo y manera que Chaplin le dictó en LA CON-
DESADEHONG-KONG, no perdió ocasión para despelle-
jarlo a sus espaldas. Los quebrantos que Chaplin vivió en su
EL ENIGMA DE
Chaplin
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