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sTENDHAL
ROJO Y NEGRO
n tiempos como el que vivimos,
donde las novelas abundan y los
segundos dedicados a la lectura
escasean, intentar la revisión de
una de las obras de Stendhal resulta casi un
acto deliberado de academicismo.
Convertidas
en
estatuas de papel,
muchas de las obras
clásicas parecieran
ser patrimonio ex-
clusivo de aquellos
dedicados a tareas
intelectuales leja-
nas al común de la
sociedad.
¿Cómo
volver entonces a
valorar los clásicos
en un mundo que
ofrece tan vasto y
variado
mercado
literario, en el cual
todas las preferen-
cias parecieran es-
tar cubiertas? En
primer lugar, perder
el miedo a la com-
plejidad y la exten-
sión de las obras
clásicas es algo pri-
mordial. Luego, el
descubrimiento de
la riqueza de un
clásico del canon
literario universal
no sólo es posible
para el literato o el es-
tudioso, sino que también lo es para el lector que no
ha perdido aún la capacidad de asombro. Esto situará
al lector en una dimensión de provocativa alteridad,
la cual lo conducirá a apreciar la amplitud temática y
la contingencia de las obras clásicas, cuyo carácter de
“clásico” se debe precisamente a que jamás se agota en
su contenido, sino que continuamente es susceptible
de ser objeto de nuevas e inagotables miradas.
Rojo y negro, de Stendhal, es una novela que puede
ser considerada con
toda propiedad como
un clásico. Sin embar-
go, su valor pareciera
haberse olvidado, y es
recurrente ver a uno
de sus ejemplares in-
clinarse ante el abru-
mador polvo en algún
estante de librería. Si
bien es cierto que no
es propio de una re-
seña el convertirse en
apología, una defensa
objetiva del valor
literario de un clásico
algo olvidado no me
parece que caiga en
dicha nomenclatura.
Ergo, considero
inevitable, antes de
proceder con el con-
tenido de la novela,
hacer una pequeña
mención a su valor
como fuente.
¿Qué puede apor-
tar, en este caso, una
novela a la historio-
grafía? Si nos remiti-
mos al subtítulo de
“Crónica del siglo XIX”
que originalmente Stendhal decidió colocar bajo el
título de su novela Rojo y negro, evidentemente algo
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Marie-Henri Beyle. Stendhal (1783 –1842). Retrato de Johan Olaf Sodemark