nifica ni puede significar que el pueblo gobierna efec-
tivamente, en ninguno de los sentidos evidentes de las
expresiones “pueblo” y “gobernar”. La democracia sig-
nifica tan sólo que el pueblo tiene la oportunidad de
aceptar o rechazar los hombres que han de gobernarle.
Pero como el pueblo puede decidir esto también por
medios no democráticos en absoluto, hemos tenido
que estrechar nuestra definición añadiendo otro crite-
rio identificador del método democrático, a saber: la
libre competencia entre los pretendientes al caudillaje
por el voto del electorado. Ahora puede expresarse un
aspecto de este criterio diciendo que la democracia es
el gobierno del político”.
Inmediatamente después de la lectura de este texto
de Schumpeter (de su obra Capitalismo, socialismo y
democracia) aparecen las primeras reacciones. Más
entrada la mañana ya van despertándose algunas de
las jóvenes conciencias y apareciendo gestos de desap-
robación en las primeras filas del auditorio. Y surgen
las dudas: ¿debe la democracia ser como realmente es
o parece ser en las sociedades “avanzadas” actuales?
La definición de democracia que da Schumpeter es
simplemente la descripición de un mecanismo; no
está sustentada en ningún ideal o principio ético; pos-
tula una concepción no política de la persona, con-
cibiéndola como interesada sólo en su vida privada,
alejada de cualquier interés en la realización colectiva
de un bien común (bien es sabido el lema de los “ul-
traliberales”: “No existe el estado, sólo individuos”,
Tatcher dixit). La idea de ser humano que subyace a
la realista y descarnada concepción de Schumpeter y
de muchos de los que nos gobiernan es la de un indi-
viduo sin interés por participar en la construcción de
una sociedad en la que alcanzar metas comunes; un
individuo que se siente satisfecho con participar sólo
cada pocos años en la vida política de su sociedad, el
resto del tiempo prefiere dedicarse a su vida privada
(“a sus negocios”) sin ser molestado.
Después de la crítica comienza el debate: este análi-
sis puede no ser así; desde luego hay cosas que con-
sideramos bienes comunes. Los alumnos (que ya
parecen haber despertado del todo) empiezan sus
aportaciones: en una sociedad consideramos bienes
comunes el bienestar social, la convivencia pacífica,
la justicia, la libertad, el respeto al medio ambiente,
la tolerancia… Son valores democráticos que no nos
resultan ajenos y que ponemos a menudo en práctica.
Y concluimos: frente a la visión “realista” o “ com-
petitiva” de la democracia defendida por teóricos como
Schumpeter (todos mis alumnos están de acuerdo en
que refleja muy bien la situación de la democracia en
nuestro país y “que así nos va”), debemos anteponer
el modelo de democracia participativa sustentada so-
bre una base moral. El Estado debe propiciar esta par-
ticipación fomentando las asociaciones autónomas de
ciudadanos, lo que algunos suelen llamar “las tramas
asociativas”. Porque, “sólo un Estado democrático
puede crear una sociedad civil democrática; sólo una
sociedad civil democrática puede mantener a un Es-
tado democrático.” Fin de la clase.
Acabada la jornada, cansado, me dispongo a re-
correr los más de cien kilómetros que separan el In-
stituto de mi casa. Arranco el coche y pongo la radio.
Por casualidad comienza una melodía que me es fa-
miliar y escucho la voz de mi admirado Battiato:
Mi pobre patria, aplastada por abusos del poder
de gente infame que no conoce el pudor,
se creen los dueños todopoderosos
y piensan que les pertenece todo.
Los gobernantes, cuántos perfectos e inútiles bufones
en esta tierra que el dolor ha devastado
¿acaso no sentís nada de pena
ante esos cuerpos tendidos sin vida?
No cambiará, no cambiará,
no cambiará, quizá cambiará…
MENECEO
La idea de ser humano que subyace a la realista y
descarnada concepción de Schumpeter y de muchos
de los que nos gobiernan es la de un individuo sin
interés por participar en la construcción de una so-
ciedad en la que alcanzar metas comunes
Frente a la visión “realista” o “competitiva” de la
democracia, debemos anteponer el modelo de
democracia participativa sustentada sobre una
base moral.
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