MURAKAMI
Juliette Binoche es Julie
DESPUÉS DEL TERREMOTO
l autor de la magnífica novela-pop
Tokio blues (Norwegian Wood)
publica en esta ocasión seis relatos
que contienen la esencia de su litera-
tura. El humor surrealista impregna-
do por la inevitable soledad y el desamor de los
personajes que circulan por el humano Ikebana
que construye el autor japonés están presentes
en su nueva obra.
La magnitud del
terremoto que en
1995 asoló la ciudad
japonesa de Kobe,
y que se cobró más
de cinco mil vidas,
inspiró a Haruki
Murakami seis rela-
tos que transcurren
poco después de la
tragedia. Un com-
ercial de equipos de
sonido al que su mu-
jer abandona tras el
seísmo, una adoles-
cente huida de su casa, un chófer que trata de mitigar
la misteriosa melancolía que consume a una mujer,
un joven huérfano cuya existencia da un giro al des-
cubrir parte de su pasado, un modesto empleado de
banco a quien una rana gigantesca le pide ayuda para
salvar a Tokio de un segundo terremoto, y un escri-
tor con dificultades para «escribir» su propia vida son
los protagonistas de los seis cuentos que componen el
volumen. El protagonista omnipresente, sin embargo,
es el propio seísmo, que irrumpe sutil o significativa-
mente en las vidas de aquellos que sobrevivieron al
apocalipsis.
Haruki MurakamiHaruki Murakami (Kioto, 1949)
estudió literatura en la Universidad de Waseda y re-
gentó durante varios años un club de jazz. Es, en la
actualidad, el autor japonés más prestigioso y recono-
cido en todo el mundo, merecedor de premios como
el Noma, el Tanizaki, el Yomiuri, el Franz Kafka o el
Jerusalem Prize. En España, ha recibido el Premio Ar-
zobispo Juan de San Clemente, concedido por estu-
diantes gallegos, así como la Orden de las Artes y las
Letras del Gobierno español y el Premi Internacional
Catalunya 2011.
Fragmento de “Un ovni aterriza en Kushiro” in-
cluído en “Después del terremoto”. Traducción del
japonés de Lourdes Porta.
Estuvo cinco días enteros sentada frente al televisor.En
silencio, con los ojos clavados en las imágenes de hospi-
tales y bancos derruidos, calles comerciales calcinadas
por el fuego, líneas férreas, autopistas cortadas.Hun-
dida en el sofá, con los labios apretados con fuerza,ni
siquiera respondía cuando Komura le hablaba. Ni tan
sólo afirmaba o negaba con un leve movimiento de ca-
beza. Él ni siquiera tenía claro si ella llegaba a percibir
su voz.
Su esposa era de Yamagata y, que Komura supiese,no
tenía ni familiares ni conocidos en los alrededores de
Kobe. A pesar de ello, de la mañana a la noche, no se
apartaba del televisor. No comía ni bebía, al menos
en su presencia. Ni siquiera iba al lavabo. No hacía el
menor movimiento, aparte del de cambiar de canal con
el mando a distancia.
Komura se tostaba él mismo el pan, se tomaba el café
y se iba al trabajo. De regreso, se la encontraba sentada
frente al televisor en la misma postura en que la había
dejado por la mañana. A él no le quedaba más remedio
que improvisar una cena sencilla con lo que había en el
refrigerador y tomársela solo. Cuando se iba a dormir,
ella seguía con los ojos fijos en la pantalla del noticiario
de la madrugada. Circundada por un muro de silen-
cio. Al final, Komura desistió de dirigirle siquiera la
palabra.
El quinto día, un domingo, cuando Komura volvió del
trabajo a la hora acostumbrada, su esposa había desa-
parecido.
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