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realizados. Queda la amargura, la rabia de esta vida in-
justa, pero también la dulzura de esta vida tan completa.
La última vez que hablé con él fue, quizá, hace veinte
años, cuando le pedí que participara en aquél breve
pero recordado “Desnudos, Cuadernos Literarios”,
iniciativa poética municipal de principios de los noven-
ta. Después algún cruce en la calle, en Granada, y algún
ligero adiós o hasta luego y algunas veces una brevísima
parada con el típico ¿qué tal, cómo estás…? pero cada
uno en su ínsula.
De su entorno familiar me llega su continua y sincera
querencia por Íllora y su memoria prodigiosa de nom-
bres, rostros y anécdotas, a pesar de los muchos cientos
de alumnos de aquellos años en aquellos ya marchitos
pupitres del hoy viejo Colegio Gran Capitán.
A JOSÉ MARÍA PALACIO
Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...
¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?.
Aún las acacias estarán desnudas
y nevados los montes de las sierras.
¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,
allá, en el cielo de Aragón, tan bella!
¿Hay zarzas florecidas
entré las grises peñas,
y blancas margaritas
entre la fina hierba?
Por esos campanarios
ya habrán ido llegando las cigüeñas.
Habrá trigales verdes,
y mulas pardas en las sementeras,
y labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y el romero.
¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?
Furtivos cazadores, los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
no faltarán. Palacio, buen amigo,
¿tienen ya ruiseñores las riberas?
Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra...
Baeza, 29 de abril de 1913
A ti, Pablo.
Su pasión y dedicación por inculcarnos la necesi-
dad de amar la tierra que nos pare, a no olvidar
jamás nuestro origen, a respetar a nuestros
mayores y a defender a capa y espada nuestras
creencias y lo que todo eso representa, marcó
en mí, supongo, un modo de ser, por supuesto
reforzado en los otros niveles de la vida, pero de
aquella simiente ha sido raro desposeerse.
De su extrema afición por la poesía recuerdo espe-
cialmente cuando nos recitaba a Antonio Machado,
lo que hacía con tal sentimiento que era imposible no
creer en uno o en otro. Y recuerdo una poesía en es-
pecial que a él le gustaba sobremanera, la misma que,
paradojas de la vida, he leído y recitado mil veces y
que hoy viene a colación en su recuerdo y homenaje,
aquella en la que Don Antonio Machado ya en Baeza,
hace hoy justo un siglo (29 de abril de 1913), y desde
la fatídica pesadumbre tras la muerte de su amada es-
posa y desde la nostalgia paisajística de Soria en don-
de quedó enterrada Leonor, le escribe a su amigo José
María Palacio y le dice:
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Antonio Machado el día de su boda con Leonor Izquierdo