Página 76 - Revista la Laguna - 3-Andalucia

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ecuerdo, cuando era un chaval de
diecinueve años recién salido de
casa para la universidad, pasear con
nuevos amigos por las calles rena-
centistas de Siena: Via Montanini,
Via Camollia. Era el primer año de derecho. Lle-
gaba la hora del aperitivo y en los bares del centro
se hablaba de proyectos de viaje para el verano. Mi
amiga María Domenica, obsesivamente me decía:
“Spagna, tutto sotto il sole” “Andalucía, tierra, mar
y fiesta” … todo eso me dejaba perplejo. Me parecía
tan tópica esa publicidad en carteles, en revistas, en
la tele; parecía todo playa, copas, toros…no me
convencía, demasiado superficial. Yo prefería
Francia, que identificaba con el arte, la diversión; o
también Praga, Budapest…Andalucía, no. Presen-
tada así me parecía como una vulgar feria de
pueblo. Me acuerdo de esas discusiones con mi
amiga en las que yo permanecía firme : Andalucía
NO. Al final fuimos a Hungría.
Pero, mira por donde, la vida da muchas vueltas
y con veintidos años conocí en mi amada Francia a
una granadina. Increíble…si hubiera pensado solo
un año antes que habría pasado un solo mes en
Andalucía me habría parecido imposible, y fueron
quince años viviendo allí. Nadie me hubiera podi-
do decir que hoy soy andaluz. Me siento andaluz.
Muchas veces me defino “italoandaluz”.
Bajo el sol al que se refería esa publicidad que de-
testaba, descubrí que había una profunda cultura,
un arte extraordinario, unos lugares increíbles y
unas gentes entrañables.
MASSIMILIANO D’ONOFRIO
Cuando una persona pasea por el centro de Gra-
nada una tarde de otoño, por el Paseo de los Tristes
respirando olores sefardíes al pie de la Alhambra,
ùltimo baluarte del mundo musulmán en Europa,
descubre que Granada no es un tópico. Granada
es personalidad, firmeza de carácter, el encanto lle-
vado al extremo: un pedazo de ciudad. Tomarse un
vino en el Albaicín no tiene nada que envidiar a
una cena en el Quartier Latin en París. El Albaicín
es magia en estado puro. Una isla dentro de un lago
encantado.
Sigo andando entre los árboles de la Carrera de la
Virgen para llegar al Paseo del Salón, durante esas
tardes de octubre cuando el frío brillante de Gra-
nada empieza a agarrarte, y el olor de castañas asa-
das te envuelve. De repente, una luna blanca sale
por detrás de la sierra, esa luna, tan parecida a la
fantástica luna toscana que ocupaba mis tardes de
universitario. Y siento que estoy en casa.
Estas sensaciones ásperas como el vino de Mon-
tilla, pero relajantes como una tisana, las he vivido
en otras muchas ciudades de mi Andalucía: La
maravillosa Córdoba, las sorprendentes Úbeda y
Baeza, la austera Ronda… Arte, cultura, música,
mezcladas con olores y sabores con increíble per-
sonalidad.
Ahora, viviendo en Italia, aun siendo italiano,
me siento lejos de casa. A veces, cuando paseo
por esta ciudad atravesando sus preciosas calles
-donde desde luego no faltan olores y sabores con
mucha personalidad-, tengo que pararme, cerrar
los ojos, tomar aire y mis pies vuelven a pisar Gran
Vía, bajar por Reyes Católicos y me meto por Me-
sones para llegar a Bibarrambla y allí, en el centro,
respiro otra vez el aire de mi tierra lejana, esa que
tanto desprecié de joven.
Andalucía es el lugar, es el destino del cual yo
también -como los sefardíes expulsados de ella
hace más de quinientos años- he conservado la
llave de mi vivienda para poder volver allí un día a
pasear serenamente.
Massimiliano D’Onofrio ha sido profesor de
Derecho Internacional Privado en la Facultad de
Derecho de la Universidad de Granada.
Actualmente vive en Vasto, Abruzzo, Italia.
la LLAVE
Andalucía es el lugar, es el destino del
cual yo también -como los sefardíes ex-
pulsados de ella hace más de quinientos
años- he conservado la llave de mi vivienda
para poder volver allí un día a pasear serena-
mente.
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