Página 52 - Revista la Laguna - 3-Andalucia

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MARÍA MARTÍN BARRANCO
unque a veces nos olvidemos o no
nos demos cuenta, las mercancías
y capitales pueden moverse libre-
mente por los cinco continentes
sin que nos preguntemos desde
dónde llega lo que entra por nuestras bocas o
cubre nuestros cuerpos.
Las personas, no. Las personas tenemos que
justificar nuestros ires y venires. Algunas, las de
la parte privilegiada del planeta, paseamos con
la cara descubierta y a pleno sol; enseñamos
nuestros documentos con seguridad, si acaso
un puntito de inquietud las primeras veces,
fruto de la novedad más que del miedo. Son
nuestro certificado de haber nacido en el lado
correcto de alguna línea imaginaria. La llama-
mos frontera como podríamos haberla llama-
do de cualquier otro modo. “Puede que hayas
nacido en la cara buena del mundo”. Y estar en
la parte “buena” es cuestión de azar.
Cuando nos movemos por cualquier parte, a
ti y a mí, a las personas, sí nos preguntan ha-
cia dónde vamos y de dónde venimos. Con el
paso de los años, tras docenas de mudanzas, de
ciudades vividas, de países viajados, la pregunta
es recurrente y la respuesta cada vez más vaga.
Los acentos mezclados, los modismos adopta-
dos como propios, la necesidad de integrarme
en cada lugar en el que he estado durante mu-
cho o poco tiempo me han dejado en una tierra
de nadie desconcertante. “Pues no lo pareces”,
es lo que más me dicen. Me dicen que no parez-
co andaluza en Sevilla, motrileña en Granada,
que mi deje es de Badajoz en Toledo y que no
podían darme un empleo como docente en la
Universidad Pontificia de Comillas “porque con
mi acento nadie podría tomarme en serio”.
Febrero cierra su mes con el Día de Andalucía.
El primero que pasaré en mi tierra en los últi-
mos años. Lo he vivido en otras comunidades,
en otros países. Querría alejarme de los tópicos
por los que me preguntan en cuanto cruzo la
línea territorial de la Comunidad. Los chistes,
las ferias, los caballos, los vestidos de faralaes, la
gracia, el ozú y el miarma; la malafollá granaína.
Pero es imposible. El estereotipo te persigue. In-
cluso dentro de tu propia tierra. Son acumula-
tivos, insoslayables.
—¿De dónde eres?
—Andaluza.
Lorca, Alhambra, paella —sí, paella—, toros,
sol, siesta, ole. Esa suele ser la retahíla. Palabra
más, palabra menos. Según quién se acuerda de
Bécquer o de Machado. En alardes de cono-
cimiento —y para mi asombro— alguien me
ha nombrado a Ganivet y a Mariana Pineda.
Muerte en muerte y muerte en vida. El anda-
luz más presente en el imaginario colectivo es
el andaluz muerto del peor de los males: de An-
dalucía. La andaluza presente, muerta también
y del mismo mal.
Andalucía, que en su himno habla de sig-
los de guerras, perdidas casi todas. Andalu-
cía, construida sobre la ilusión de una ho-
mogeneidad inexistente e imposible. Andalucía,
más imaginada que real. Más estereotipo que
realidad. Una Andalucía inventada, unificada a
la fuerza, tan alejada entre el Este y el Oeste y
tan cainita como las dos Españas. Tan sonriente
con la boca y tan resentida con el corazón. Tan
generosa de puertas hacia fuera y tan mezquina
de puertas para dentro.
A
LA OTRA
ANDALUCÍA
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