Página 28 - Revista la Laguna - 3-Andalucia

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En aquellos años del franquismo y en aquellas
luchas, se multiplica el interés de muchos intelec-
tuales y artistas andaluces por la cultura y por una
conciencia de pueblo latente en movimientos no
sólo culturales sino también sociales y políticos. La
autonomía que engendrada en un sorprendente 4
de Diciembre en el que los andaluces salen en masa
a mirar a las comunidades llamadas históricas de
“tú a tú” y al resto del Estado afianzando su dere-
cho como país, era una herramienta necesaria,
fundamental para comenzar a encontrar solu-
ciones propias a nuestros problemas jugando en
ello un importantísimo papel la cultura, definida
como lo hace la antropología, como “un conjunto
de conocimientos y valores colectivos que orientan
los comportamientos y relaciones entre las perso-
nas y de estas con el mundo y dan significado a
la existencia de los individuos y del pueblo que se
identifican con ella a través de los elementos que
son marcadores de identidad”
En aquel 4 de Diciembre en el que gritaba esta
identidad, al pueblo andaluz no sólo le temió el
gobierno, que puso todas las trampas posibles para
que nunca llegase a la autonomía por el 151, sino la
mayoría de partidos que tenían sucursal en nues-
tro territorio y aspiraciones de gobernar el Estado.
Por un lado, para ellos era la gran oportunidad de
garantizarse el poder usurpando un andalucismo
latente en aquellos millones de andaluces. Por otro,
la ocasión precisa para, una vez llegados al poder,
hacer las maniobras políticas necesarias para man-
tenerse en él y desarticular y diluir aquella clara
conciencia de pueblo que fluía por las calles y a la
que tanto contribuyó la cultura. Una vez apropia-
do el estallido andaluz y en sus manos, ya podía
comenzar a destruirse comenzando por manipular
la verdad sobre el propio desbloqueo del Estatuto.
Con la ley en la mano, la autonomía se pierde el
28F. Me corresponde y es de justicia decir que fue
gracias al articulo 144 -con el que dieron los anda-
lucistas - encabezados por Alejandro Rojas Mar-
cos -con lo que se logra desbloquear una camino
sin salida hacia el 151 y se dota a Andalucía de
una autonomía del mismo rango que la de Gali-
cia, Cataluña y Euskadi. Este logro andalucista se
vende como traición y aún sigue en el imaginario
colectivo. Políticamente no se podía permitir un
éxito andalucista en aquellos momentos: restaba
demasiados votos que hacían falta para llegar a
Madrid.
Con el Estatuto ya en la mano y el engaño dan-
do frutos se comienza la labor de desactivación
haciendo caso omiso a los propios mandatos
estatutarios.
Durante la dictadura tanto la oligarquía andaluza
como los intelectuales que sirven al poder niegan
y bloquean la cultura andaluza y la utilizan para
simbolizar la cultura del Estado, españolizándola y
difundiéndola como una manifestación folclórica,
frívola, prostituida y propia de un pueblo inculto
y colonizado. En democracia y con un estatuto
andaluz que ordena lo contrario se hace lo mismo
-de forma enmascarada e inteligente- y con igual
resultado de bloqueo y negación.
El Estatuto, en lo que refiere a la cultura y la
identidad cultural andaluzas, establece objetivos y
competencias que podrían haberse convertido en
una excepcional arma transformadora, en unos pi-
lares claves para afianzar la conciencia andaluza
y en un poder necesario para influir y tener una
voz propia, necesaria y decisiva en el Estado Espa-
ñol. Andalucía, en su Estatuto, se define como una
nacionalidad y se reconoce su identidad histórica
garantizando el acceso de todos los andaluces a
los niveles educativos y culturales que les permi-
tan su realización personal y social afianzando la
conciencia de identidad andaluza, a través de la
investigación, difusión y conocimiento de los va-
lores históricos, culturales y lingüísticos del pueblo
andaluz en toda su riqueza y variedad”.
Papel mojado. La cultura andaluza y el afian-
zamiento de una conciencia de pueblo, lo mandara
o no el Estatuto, nunca fueron respetados en An-
dalucía por lo que, consiguientemente, no podrán
serlo en el resto del Estado. Nuestros políticos no
parecen haber creído en el pueblo andaluz, en sus
capacidades ni en sus posibilidades de desarrollo
cultural y social, ni en una cultura diferenciada y
enriquecedora, ni utilizaron el poder con el que
nos dotaba nuestro estatuto como poder político
frente al poder central, ni movieron un solo dedo
para consolidar nuestra identidad en las genera-
ciones que siguieron a aquellas del 4 de Diciem-
bre, ni tuvieron nunca un proyecto político propio
excepto aquel que servía para mantenerse en el
poder autonómico, elección tras elección, no como
gobierno propio sino como una gran sucursal
abierta en Andalucía de quienes siempre nos han
gobernado. Hablarán, como conquista, de infraes-
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